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La Gran Transformacion – Karl Polanyi.pdf

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finales de la Edad Media, la producción industrial destinada a<br />

la exportación estaba organizada por ricos burgueses, que la<br />

aseguraban en sus ciudades estableciendo una directa<br />

vigilancia. Más tarde, en la sociedad mercantil, fueron los<br />

comerciantes quienes organizaron la producción y ésta ya no<br />

se limitó a las ciudades: la época de la industria a domicilio<br />

era también la época de la industria doméstica, en la que las<br />

materias primas las proporcionaba el comerciante capitalista,<br />

que dirigía el proceso de producción como si se tratase de una<br />

empresa puramente comercial. Así pues, la producción<br />

industrial fue puesta, sin equívocos y a gran escala, bajo la<br />

dirección organizadora del comerciante. Este conocía el<br />

mercado, el volumen y también la calidad de la demanda, por<br />

lo que podía también garantizar los artículos que<br />

fundamentalmente estaban hechos de lana, tintes y, a veces,<br />

eran realizados con máquinas de tejer o de calcetar utilizadas<br />

por los trabajadores a domicilio. Cuando escaseaban los<br />

artículos, quien más sufría las consecuencias era el cottager,<br />

pues su empleo desaparecía momentáneamente. Ninguna<br />

instalación costosa, sin embargo, se veía directamente<br />

afectada, por lo que el comerciante no corría graves riesgos al<br />

garantizar la responsabilidad de la producción. Durante siglos,<br />

este sistema creció en poder y extensión, hasta el momento<br />

en el que, en un país como Inglaterra, la industria de la lana -<br />

industria nacional— cubrió vastas regiones del país en el que<br />

la producción estaba organizada por los fabricantes de paños.<br />

Señalemos que quienes compraban y vendían contribuían<br />

también a la producción: no hace falta buscar ninguna otra<br />

caracterización de este hecho. Crear bienes no suponía poseer<br />

el estado de ánimo favorable a la reciprocidad que implica la<br />

ayuda mutua, ni la preocupación que siente el jefe de familia<br />

por aquéllos que dependen de él para satisfacer sus<br />

necesidades, ni el orgullo que muestra el artesano en el ejercicio<br />

de su oficio, ni la satisfacción que proporciona una buena<br />

reputación, bastaba simplemente con poseer el móvil de la<br />

ganancia, tan familiar al hombre cuya profesión es comprar y<br />

vender. Hasta finales del siglo XVIII, la producción industrial,<br />

en<br />

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