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La Gran Transformacion – Karl Polanyi.pdf

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automático y el librecambio internacional. Los sacrificios que<br />

conlleva la realización de uno de estos objetivos serían inútiles,<br />

o incluso más que inútiles, si no se alcanzan los dos objetivos<br />

restantes. Estamos, pues, ante el todo o nada.<br />

Todo el mundo era capaz de percibir, por ejemplo, que el<br />

patrón-oro encerraba el peligro de una deflación mortífera y<br />

quizás también de una fatal contracción monetaria en caso de<br />

pánico. El manufacturero no podía aceptar, pues, de buen<br />

grado esta política, más que si veía asegurada una producción<br />

creciente a precios que le compensasen, en otros términos,<br />

sólo si los salarios bajaban como mínimo de forma proporcional<br />

a la caída general de los precios, de tal modo que se<br />

posibilitase la explotación de un mercado mundial siempre en<br />

expansión. Fue así como el Anti-Corn <strong>La</strong>w Bill de 1846<br />

constituyó el corolario del Bank Act de Peel (1844); ambos<br />

suponían la existencia de una clase obrera que, tras la reforma<br />

de las leyes de pobres, se vería obligada, si no quería morir de<br />

hambre, a trabajar en cualquier tipo de condiciones, quedando<br />

los salarios regulados por el precio del trigo. <strong>La</strong>s tres grandes<br />

medidas formaban un todo coherente.<br />

Ahora podemos abarcar con una sola mirada todo el curso<br />

del liberalismo económico. Se necesitaba nada menos que un<br />

mercado autorregulador a escala mundial para asegurar el funcionamiento<br />

de este pasmoso mecanismo. Nada garantizaba<br />

que las industrias no protegidas no sucumbirían, atenazadas por<br />

el oro, artífice del cambio que habían aceptado gustosamente, a<br />

menos que se hiciesen depender los precios del trabajo del más<br />

barato de los cereales que se pueda encontrar. <strong>La</strong> expansión del<br />

sistema de mercado en el siglo XIX fue sinónima de la difusión<br />

simultánea del librecambio internacional, del mercado concurrencial<br />

de trabajo y del patrón-oro; todos marchaban juntos y<br />

en unión. No tiene, pues, nada de extraordinario que el liberalismo<br />

económico se haya transformado en una religión secular<br />

desde el momento en que los grandes peligros de esta aventura<br />

se hicieron evidentes.<br />

El laissez-faire no tenía nada de natural; los mercados<br />

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