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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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—”Niño”, “el Corcel” te necesita.<br />

Una sombra cruzó la leve claridad <strong>de</strong> las ventanas en dirección <strong>de</strong>l<br />

primer susurro. Luego crujieron en la esquina los muelles <strong>de</strong> la cama<br />

<strong>de</strong> “el Corcel”, mientras se oían en la gran sala cuchicheos y risas<br />

apagadas. Al cabo <strong>de</strong> un rato, la sombra volvió a cruzar el<br />

dormitorio en sentido contrario y todo quedó en silencio.<br />

A la mañana siguiente Cipriano preguntó a “Tito Alba” qué hacía “el<br />

Corcel” con “el Niño” en el dormitorio. “Tito” le miró con sus ojos<br />

<strong>de</strong>sorbitados, <strong>de</strong> párpados cortos:<br />

—”Mediarroba”, ¿es cierto que te has caído <strong>de</strong> un nido o sólo lo<br />

aparentas?<br />

No le dijo más, por lo que Cipriano recurrió a Claudio, “el Obeso”:<br />

—Te lo pue<strong>de</strong>s figurar —fue su respuesta—, cuando tiene necesidad,<br />

“el Corcel” recurre a “el Niño”.<br />

Es lo más parecido a una mujer que tenemos en el colegio.<br />

José, “el Rústico”, terminó <strong>de</strong> informarle. “<strong>El</strong> Rústico” procedía <strong>de</strong><br />

Tierra <strong>de</strong> Pinares y no sabía disimular su aire rural, ni su necedad.<br />

Era un ser primitivo y cándido. Le costaba recordar las oraciones y<br />

en los dictados en romance apenas escribía cuatro palabras<br />

seguidas. Pero como compañero resultaba franco y comunicativo.<br />

Cipriano le preguntó por qué toleraba “el Niño” los abusos <strong>de</strong> “el<br />

Corcel”. <strong>El</strong> rostro <strong>de</strong> “el Rústico” lo <strong>de</strong>cía todo:<br />

—Es el que manda —explicó—.<br />

¿No te has fijado que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> “el Escriba”, es “el Corcel” quien<br />

manda aquí?<br />

En la clase <strong>de</strong> latín corrió la voz <strong>de</strong> que al día siguiente no habría<br />

doctrina porque tenían entierro. Las plegarias <strong>de</strong> los expósitos eran<br />

muy apreciadas en la villa. Sus voces, perdido el tono infantil y sin<br />

fraguar todavía el adulto, bien armonizadas por “el Escriba”,<br />

constituían el pasaporte <strong>de</strong>seado por muchos ciudadanos para el<br />

tránsito. Las disposiciones testamentarias requerían a menudo la<br />

presencia <strong>de</strong> los colegiales en el entierro a cambio <strong>de</strong> una limosna. Y<br />

los expósitos uniformados, limpias las botas <strong>de</strong> carnero, alineados<br />

en dos filas y con la antorcha en la mano, acompañaban al difunto<br />

hasta su última morada.

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