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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>de</strong>lanteros, dobló las patas traseras y quedó allí, tendido entre los<br />

tomillos, los ojos tristes, el belfo lleno <strong>de</strong> babas, resollando. Cipriano<br />

Salcedo se apeó alarmado y propinó a “Relámpago” unas palmadas<br />

amistosas en el lomo. Sudaba y ja<strong>de</strong>aba, miraba con indiferencia, no<br />

reaccionaba. Unos ásperos ruidos guturales salían ahora <strong>de</strong> su boca<br />

con la baba. Cipriano se sentó a su lado, junto a una aulaga, a<br />

esperar que se repusiera. Tenía la impresión <strong>de</strong> que el caballo<br />

estaba muy enfermo. Pensó en “Valiente”, tendido y ensangrentado<br />

entre las cepas en Cigales, según el relato <strong>de</strong>l tío Ignacio.<br />

“Relámpago” inclinó la cabeza y emitió una serie <strong>de</strong> relinchos largos<br />

y apagados.<br />

Son los estertores, pensó Cipriano. Pero, instantes <strong>de</strong>spués,<br />

sujetándole <strong>de</strong>l vientre y mediante un esfuerzo, el animal se<br />

incorporó y Salcedo lo llevó <strong>de</strong> la brida, al paso, hasta Simancas. Le<br />

dio <strong>de</strong> beber y, en el viejo puente, volvió a montarlo y el caballo<br />

aceptó la liviana carga hasta Valladolid.<br />

Vicente limpiaba la cuadra a su llegada y, nada más verle, se dio<br />

cuenta <strong>de</strong> que el caballo estaba enfermo. Lleva tres días débil,<br />

asmático y sin comer, le aclaró Cipriano. Y añadió:<br />

—Mañana, una vez que el animal <strong>de</strong>scanse, súbeselo a Aniano<br />

Domingo, en Rioseco. Infórmate bien <strong>de</strong> si el mal tiene remedio. Haz<br />

noche en La Mudarra, cuidando que no se agote. No quiero que el<br />

caballo sufra.<br />

Vicente miraba los ojos <strong>de</strong> “Relámpago”, le palmeaba el cuello sin<br />

parar. Vio que su amo vacilaba, abrió la boca y volvió a cerrarla. No<br />

se <strong>de</strong>cidía. Finalmente le oyó <strong>de</strong>cir:<br />

—Si Aniano no diera esperanzas, sacrifícalo. Un tiro, sí, en la<br />

mancha blanca, entre los ojos.<br />

Y el <strong>de</strong> gracia en el corazón. Antes <strong>de</strong> enterrarlo asegúrate que está<br />

muerto.<br />

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XIII

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