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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>de</strong> pino <strong>de</strong> Soria paralela, se sentaba él y, mal que bien, iba llevando<br />

las cuentas <strong>de</strong> las reatas <strong>de</strong> mulas que bajaban <strong>de</strong>l Páramo y <strong>de</strong> los<br />

vellones almacenados en la inmensa nave <strong>de</strong> la Ju<strong>de</strong>ría. “Atila”, el<br />

mastín feroz que le regalaron <strong>de</strong> cachorro, correteaba ladrando<br />

entre la tapia y el edificio y dormía con un ojo abierto en la caseta<br />

<strong>de</strong> la entrada. Era un can <strong>de</strong> oído fino y malas pulgas, y las noches,<br />

especialmente las <strong>de</strong> luna llena, las pasaba aullando en el corredor.<br />

No se sabía <strong>de</strong> ningún exceso cometido por el perro pero, tanto don<br />

Bernardo como su fiel Dionisio, presumían <strong>de</strong> que nadie se había<br />

llevado un vellón <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que “Atila” vigilaba el almacén.<br />

Manrique, sin otra ayuda que Fe<strong>de</strong>rico, un galopín <strong>de</strong> quince años,<br />

mudo <strong>de</strong> nacimiento, era el alma <strong>de</strong>l establecimiento. <strong>El</strong> <strong>de</strong>spacho,<br />

la mesa y los manguitos eran la tapa<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> activida<strong>de</strong>s más<br />

prosaicas. Por un lado, Dionisio anotaba los vellones que entraban y<br />

salían, pero por otro echaba una mano artesana y servicial para<br />

todo lo que fuera menester. Dionisio, por ejemplo, salía con Fe<strong>de</strong>rico<br />

a la explanada, casi siempre embarrada, cada vez que se anunciaba<br />

una expedición y, entre ellos y el arriero, <strong>de</strong>scargaban las sacas sin<br />

apelar a manos mercenarias, almacenando or<strong>de</strong>nadamente las<br />

pieles.<br />

Del mismo modo Dionisio, en una prisa, como aconteció con el último<br />

viaje a Burgos, no dudaba en tomar el zamarro y el látigo y conducir<br />

personalmente una carreta hasta las instalaciones <strong>de</strong> don Néstor<br />

Maluenda en Las Huelgas o don<strong>de</strong> hiciera falta. Una vez metido en<br />

harina, no ponía reparos a nada, comía en el mostrador con los<br />

arrieros o dormía en las habitaciones colectivas <strong>de</strong> las ventas con<br />

objeto <strong>de</strong> que el patrón ahorrase unos maravedíes.<br />

En el pequeño comercio que don Bernardo sostenía con la fábrica <strong>de</strong><br />

zamarros <strong>de</strong> Camilo Dorado, en Segovia, era el propio Manrique el<br />

que alquilaba las reatas y las conducía por atajos pedregosos <strong>de</strong> la<br />

sierra que sólo él conocía. Don Bernardo, que sabía <strong>de</strong> la<br />

versatilidad <strong>de</strong> Dionisio, <strong>de</strong> su disponibilidad, <strong>de</strong>finía a su<br />

subordinado <strong>de</strong> una manera peculiar, no exenta <strong>de</strong> tintes<br />

<strong>de</strong>spectivos, como un hombre que hace lo mismo a un roto que a un<br />

<strong>de</strong>scosido.<br />

Los primeros días <strong>de</strong> verano fueron fechas <strong>de</strong> agitación en el<br />

almacén y la actividad <strong>de</strong>saforada <strong>de</strong>splegada por don Bernardo<br />

vino a restablecerle <strong>de</strong> la plétora causada por sus excesos<br />

gastronómicos, restablecimiento al que ayudó sin duda la sangría<br />

practicada por Gaspar Laguna que, en su día, había intervenido<br />

también a su señora inútilmente. Pero Salcedo no era hombre<br />

rencoroso. Detestaba la chapuza pero valoraba el trabajo bien hecho

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