El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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Los sacaba intactos, <strong>de</strong> una pieza y calientes. Nadie <strong>de</strong>safió nunca a<br />
Teodomira pero era fama en la comarca que pelar a un centenar <strong>de</strong><br />
cor<strong>de</strong>ros no le llevaba un día. Don Segundo, que la ayudaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />
tar<strong>de</strong> a la medianoche, gozaba también <strong>de</strong> una buena disposición<br />
para el oficio, <strong>de</strong> forma que en siete semanas tenían dispuesta la<br />
carga para que los moriscos <strong>de</strong> Segovia subieran a recogerla. Según<br />
Estacio <strong>de</strong>l Valle, podía intentar hacerse con la lana <strong>de</strong> “el<br />
Perulero”, por más que la educación <strong>de</strong> don Segundo para el trato<br />
<strong>de</strong>jara mucho que <strong>de</strong>sear. En estos asuntos, “el Perulero” era un<br />
patán <strong>de</strong> la cabeza a los pies al que únicamente se le podía<br />
localizar, salvo los jueves, en el campo con las ovejas, ya que en casa<br />
no paraba.<br />
Estacio le dio la dirección <strong>de</strong>l monte. Don Cipriano <strong>de</strong>bería coger la<br />
carrera <strong>de</strong> Peñaflor y, a cosa <strong>de</strong> media legua, junto a la atalaya más<br />
alta, nacía un camino rojo, <strong>de</strong> arcilla, medio borrado por los<br />
bogales, que llevaba <strong>de</strong>recho a la casa. En un calvero <strong>de</strong>l monte,<br />
redondo como un coso, estaba ésta, una edificación <strong>de</strong> adobe con<br />
tejado <strong>de</strong> pizarra, amplia y <strong>de</strong>startalada, <strong>de</strong> una sola planta,<br />
ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> rediles, teleras y corralizas con algunas ovejas <strong>de</strong>ntro,<br />
balando.<br />
Frente a la fachada había un pozo, con el brocal <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong> toba,<br />
una polea y cuatro abreva<strong>de</strong>ros, <strong>de</strong> la misma piedra, para el<br />
ganado. La chica que le atendió le dio la dirección <strong>de</strong> don Segundo.<br />
Estaba en el campo, en la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l monte, <strong>de</strong> la parte <strong>de</strong> Wamba,<br />
con las ovejas.<br />
Salcedo encontró, en efecto, a don Segundo, con un rebaño gran<strong>de</strong>,<br />
en la línea <strong>de</strong>l monte. Era un hombre <strong>de</strong>saseado, <strong>de</strong> pelo corto y<br />
barbas <strong>de</strong> muchos días. En la cabeza llevaba una carmeñola, una<br />
mancha <strong>de</strong> saín en la frente y caída y <strong>de</strong>rrocada en la parte<br />
posterior. Era un tocado anticuado que hacía juego con un coleto sin<br />
mangas, corto, las calzas abotonadas y las abarcas para los pies.<br />
Los ladridos <strong>de</strong> dos mastines, con collares <strong>de</strong> puntas, le pusieron en<br />
guardia y el caballo, muy remiso, no se aproximó a ellos hasta que<br />
el señor Centeno los aplacó. Pero cuando se apeó, y antes <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />
dirigir la palabra a don Segundo, éste levantó una mano, le volvió la<br />
espalda bruscamente y le dijo:<br />
—Aguar<strong>de</strong> un momento.<br />
Portaba un cayado en la mano <strong>de</strong>recha que enarbolaba al andar y se<br />
dirigía sin <strong>de</strong>mora hacia un pequeño hueco que se había abierto en<br />
el rebaño. A su paso se espantaba el ganado pero, al llegar al punto<br />
preciso, saltó una liebre regateando y, antes <strong>de</strong> que se alejara, don