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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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—|<strong>El</strong> papa le tenemos cada uno en el Espíritu Santo|.<br />

Y luego me sugirió que lo que <strong>de</strong>bía hacer era confesarme a Dios <strong>de</strong><br />

toda mi vida pasada porque los hombres no tenían potestad para<br />

absolver.<br />

Y yo, asustada, le pregunté:<br />

—|Y ¿entonces el purgatorio y la penitencia?|.<br />

Y ella me dijo:<br />

—|No hay purgatorio; sólo nos vale la fe en Jesucristo|.<br />

Pero yo me confesé con un fraile, como hacía antes, sólo por<br />

cumplimiento, pero nada le dije <strong>de</strong> estas conversaciones.<br />

Otro día Beatriz Cazalla me dijo que los curas sólo nos daban en la<br />

comunión la mitad <strong>de</strong> Cristo, el cuerpo pero no la sangre, que la<br />

Comunión verda<strong>de</strong>ra constaba <strong>de</strong> pan y vino.<br />

Pasé semanas <strong>de</strong> angustia, hasta que con motivo <strong>de</strong> la Cuaresma<br />

llegó a casa fray Domingo <strong>de</strong> Rojas, buen amigo <strong>de</strong> mis padres, y así<br />

que le pregunté y me confirmó lo que Beatriz me había dicho, quedé<br />

tranquila y lo creí así realmente. En aquellos días, fray Domingo me<br />

dijo que Lutero era santísimo, que se había expuesto a todos los<br />

peligros <strong>de</strong>l mundo solamente por <strong>de</strong>cir la verdad. También me dijo<br />

otras cosas, como que sólo había dos sacramentos, el bautismo y la<br />

eucaristía, que adorar al crucifijo era idolatría y que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

Re<strong>de</strong>nción, habíamos quedado libres <strong>de</strong> toda servidumbre; y no<br />

teníamos que ayunar ni hacer voto <strong>de</strong> castidad sólo por obligación,<br />

ni otras muchas cosas como oír misa, porque en la misa se<br />

sacrificaba a Cristo por dinero y que, _|si no fuera por el escándalo<br />

que provocaría, él mismo se quitaría los hábitos y <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong><br />

rezarla|.<br />

Cipriano cerró los ojos. Lo primero que pensó no fue en la <strong>de</strong>lación<br />

sino en la amargura que aquellas palabras habrían producido en el<br />

espíritu <strong>de</strong> doña Ana. Luego pensó en las plumas <strong>de</strong>l sombrero <strong>de</strong><br />

fray Domingo al disfrazarse para la huida. Sintió hacia él, <strong>de</strong><br />

pronto, una cierta aversión, tan engreído, tan pagado <strong>de</strong> sí mismo,<br />

tan sesgo. Su crueldad para con doña Ana no había sido<br />

precisamente un acto cristiano. <strong>El</strong> dominico se había comportado<br />

brutalmente con la niña, había <strong>de</strong>struido su armazón espiritual sin<br />

miramientos. Volvió los ojos hacia el ventano y lo vio emperezado,<br />

tumbado en el petate, leyendo un libro aprovechando la última luz<br />

<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, y experimentó antipatía hacia él. Únicamente <strong>de</strong>spués,<br />

Cipriano <strong>de</strong>ploró las <strong>de</strong>nuncias <strong>de</strong> Ana Enríquez, la <strong>de</strong>lación <strong>de</strong><br />

Beatriz Cazalla y <strong>de</strong>l dominico, su espontáneo perjurio.

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