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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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facilitado ya un borrador <strong>de</strong> los acuerdos sobre las nuevas<br />

comanditas. Una vez rematadas las obligaciones que le retenían en<br />

Valladolid y conforme con el Doctor, fijaron la fecha <strong>de</strong>l 25 <strong>de</strong> abril<br />

para la partida. Vicente había preparado las cosas con su<br />

acostumbrada meticulosidad: don Cipriano iría con “Pispás” y él con<br />

“Arrugado”, el duro penco auxiliar, mientras la mula “Sola”<br />

acarrearía los equipajes. No había prisa. Teniendo en cuenta el paso<br />

tardo <strong>de</strong> la acémila podían recorrer diez leguas diarias y ponerse en<br />

Cilveti hacia el 29 o 30 <strong>de</strong> abril. Respecto a los <strong>de</strong>scansos nocturnos,<br />

Vicente <strong>de</strong>terminó como posibles, <strong>de</strong> no producirse algún imprevisto,<br />

las ventas <strong>de</strong> Villamanco, Zalduendo, Belorado, Logroño y Pamplona.<br />

Tras tanto preparativo, Cipriano salió <strong>de</strong> Valladolid en las primeras<br />

horas <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l día 25. Su leve equipaje lo constituían dos<br />

fardos, que portaba la mula “Sola” a modo <strong>de</strong> albardas, y el dinero,<br />

los papeles y las cartas <strong>de</strong> presentación los llevaba repartidos por<br />

los diversos bolsillos <strong>de</strong> su indumenta.<br />

Era un día soleado, <strong>de</strong> suave temperatura y nubes blancas,<br />

aborregadas, y Cipriano pensó en Diego Bernal. Siempre que viajaba<br />

con dinero o algo valioso, Salcedo recordaba al viejo salteador, pero<br />

Vicente le tranquilizó, Bernal ya estaba pensando en el retiro —<br />

dijo—. Hace más <strong>de</strong> medio año que no se sabe <strong>de</strong> él.<br />

Se ajustaron a lo previsto con exacta precisión los dos primeros<br />

días. La lluvia les sorprendió el tercero y llegaron a Belorado con el<br />

agua escurriéndoles por las calzas. <strong>El</strong> temporal estaba asentado<br />

sobre Castilla y esperaron un día para reanudar la marcha. <strong>El</strong> 30,<br />

al caer la tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> enviar a Echarren un correo urgente,<br />

entraban en Cilveti, una al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> montaña, con casas <strong>de</strong> piedra y<br />

escasos habitantes. Cipriano <strong>de</strong>scargó los fardillos en el zaguán <strong>de</strong><br />

Pablo Echarren, y Vicente, montando a “Arrugado” y con “Pispás” y<br />

“Sola” en retaguardia, regresó a Urtasun sin hacer noche. No había<br />

razón para llamar la atención <strong>de</strong> nadie. Por su parte Cipriano<br />

encontró a un Pablo Echarren menos atrabiliario <strong>de</strong> lo que don<br />

Carlos había sugerido. Hablaba poco pero no por <strong>de</strong>sabrimiento sino<br />

por no malgastar palabras:<br />

—Vuesa merced ya sabe que los tiempos están difíciles. Hoy no<br />

puedo subirle al alto por menos <strong>de</strong> cincuenta ducados —le advirtió.<br />

Cuando partieron aún no había amanecido y, conforme se hacía la<br />

luz, la línea oscura <strong>de</strong> la sierra, coronada <strong>de</strong> nubes, iba<br />

recortándose contra el horizonte. La mula <strong>de</strong> Echarren, cubierta con<br />

una manta, abría camino a la <strong>de</strong> Cipriano y a “Luminosa” que<br />

portaba el equipaje. Franqueaban un sardón <strong>de</strong> quejigo con hoja <strong>de</strong>

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