El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
—Se da cuenta vuesa merced, el niño ya se anda —<strong>de</strong>cía con voz<br />
explosiva la cocinera.<br />
Mas don Bernardo, fingiendo una ira que no sentía, aprovechó la<br />
circunstancia para censurar a Minervina su <strong>de</strong>scuido, para<br />
fustigarla. A un niño <strong>de</strong> nueve meses no se le podía poner en pie si<br />
no quería arquearle las piernas para el resto <strong>de</strong> su vida. Las piernas<br />
<strong>de</strong> un niñito a esta edad eran como <strong>de</strong> gelatina, incapaces <strong>de</strong><br />
soportar su propio peso sin resentirse. Iba alzando la voz y, cuando<br />
advirtió que los ojos lilas <strong>de</strong> Minervina se inundaban <strong>de</strong> lágrimas,<br />
experimentó un raro placer, como si fustigara con un látigo la<br />
espalda <strong>de</strong>snuda <strong>de</strong> la muchacha. Mas, pese a su aparente<br />
indignación, a partir <strong>de</strong> esa tar<strong>de</strong> fue imposible recluir a Cipriano<br />
en su cunita. Se bajaba <strong>de</strong> ella con facilidad pasmosa y correteaba<br />
por el pasillo como un niño <strong>de</strong> dos o tres años. Es <strong>de</strong>cir, Cipriano no<br />
sólo andaba sino que corría como si llevase una vida ensayando y, si<br />
alguien trataba <strong>de</strong> impedirlo, se zafaba <strong>de</strong> sus brazos y reemprendía<br />
la carrera. Diríase que al pequeño le habían <strong>de</strong>jado huella las<br />
gélidas miradas <strong>de</strong> su padre, cuando, <strong>de</strong> niño, la sensación <strong>de</strong> frío le<br />
<strong>de</strong>spertaba y sentía la necesidad <strong>de</strong> escapar.<br />
Algunas tar<strong>de</strong>s, los tíos Gabriela e Ignacio subían a visitarlo. Los<br />
primeros días las habilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l niño fueron como un espectáculo<br />
<strong>de</strong> feria. Pero Gabriela no ocultó su temor: ¿No era <strong>de</strong>masiado tierna<br />
la criatura? No se refería a la edad sino al tamaño, pero Minervina,<br />
que miraba extasiada los alamares y puñetes <strong>de</strong> lechuguilla <strong>de</strong>l<br />
vestido <strong>de</strong> doña Gabriela, salió acalorada en su <strong>de</strong>fensa: no lo crea<br />
vuesa merced, aunque menudo, no es un niño débil Cipriano; le sobra<br />
nervio. Pero, una vez pasada la novedad, doña Gabriela y don<br />
Ignacio empezaron a espaciar sus visitas y don Bernardo reanudó<br />
las suyas a la calle <strong>de</strong> Santiago. Enfrascado en la rutina atendía<br />
sus obligaciones, pero no olvidaba a Minervina. La aparición <strong>de</strong> la<br />
cocinera cuando él acechaba la habitación <strong>de</strong> la chica había<br />
rebajado, sin embargo, sus ímpetus iniciales.<br />
Por las noches reflexionaba en la cama, excitado, sobre las<br />
posibilida<strong>de</strong>s que un hombre rico tenía <strong>de</strong> llevar a la cama a una<br />
mujer pobre, pueblerina y quinceañera a<strong>de</strong>más. Creía que eran<br />
muchas pero él carecía <strong>de</strong> la agresividad <strong>de</strong>l hombre rico y<br />
Minervina <strong>de</strong> la sumisión <strong>de</strong> la mujer pobre. La muchacha, sin<br />
gran<strong>de</strong>s palabras ni gestos melodramáticos, le había tenido a raya<br />
hasta el momento.<br />
Pero, persuadido <strong>de</strong> que todas las ventajas estaban <strong>de</strong> su parte, don<br />
Bernardo Salcedo tomó un día una viril <strong>de</strong>cisión: atacaría