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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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—En las casas <strong>de</strong> postín ya sabe vuesa merced: mucho lujo, mucho<br />

boato y poca tajada en el plato.<br />

Cuando quedaron solos, don Segundo adoptó hacia don Ignacio un<br />

tratamiento más ceremonioso aún:<br />

”señor oidor” o “don Salcedo”, le llamaba. Daba la impresión <strong>de</strong><br />

haber estudiado el tema y que estaba dispuesto a casar a la<br />

muchacha aunque tuviera que <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> su cachucha. Por su<br />

parte, el oidor, abrumado por la elementalidad <strong>de</strong>l gana<strong>de</strong>ro,<br />

<strong>de</strong>seaba dar la puntilla a una reunión que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su llegada, le<br />

había resultado incómoda. De acuerdo con sus <strong>de</strong>seos las<br />

capitulaciones fueron firmadas sin objeciones. Don Segundo Centeno<br />

dotaría a su hija Teodomira con la friolera <strong>de</strong> mil ducados y don<br />

Ignacio Salcedo entregaría a don Segundo Centeno, en concepto <strong>de</strong><br />

arras, la cantidad <strong>de</strong> quinientos.<br />

A partir <strong>de</strong> este momento, don Segundo empezó a levantar la voz y a<br />

golpear en la espalda a don Ignacio, como viejos camaradas, cada<br />

vez que abría la boca. Daba la impresión <strong>de</strong> que la cifra anunciada<br />

por la “compra” <strong>de</strong> su hija le había sorprendido favorablemente.<br />

Otro tanto le había acontecido al oidor con la <strong>de</strong> la dote. Don<br />

Segundo no era, al parecer, un tacaño impenitente. Convenido en<br />

estos términos el contrato matrimonial, don Segundo puntualizó,<br />

como algo que no admitía vuelta <strong>de</strong> hoja, que la boda se celebraría<br />

en la iglesia parroquial <strong>de</strong> Peñaflor <strong>de</strong> Hornija, si “don Salcedo” no<br />

tenía nada que oponer, el 5 <strong>de</strong> junio a las nueve <strong>de</strong> la mañana. Y el<br />

“banquete”, que, dadas sus escasas relaciones, sería un acto<br />

familiar, en el patio <strong>de</strong>lantero <strong>de</strong> su casa <strong>de</strong> labranza, junto a las<br />

teleras que constituían su mundo. Don Ignacio dio su asentimiento,<br />

pero, una vez en el coche, camino <strong>de</strong> Villanubla, entre dos luces,<br />

intentó hacer ver a su sobrino la disparidad <strong>de</strong> las partes:<br />

—Una pregunta, Cipriano. ¿Tu suegro se <strong>de</strong>ja la barba o no se<br />

afeita? Parece lo mismo pero no es lo mismo.<br />

Cipriano rompió a reír. <strong>El</strong> clarete <strong>de</strong> Cigales había hecho su efecto y<br />

la reacción <strong>de</strong> su tío le divertía:<br />

—H... hoy estaba hecho un figurín —dijo—. Me gustan sus calzas <strong>de</strong><br />

lansquenete. Espero que la tía pueda apreciarlas el día <strong>de</strong> la boda.<br />

<strong>El</strong> tono irónico <strong>de</strong> su sobrino le <strong>de</strong>sarmó. Había subido al coche con<br />

la esperanza <strong>de</strong> hacerle reflexionar ya que, a su juicio, las dos<br />

familias eran inconciliables. Lo dijo así, pero Cipriano le respondió

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