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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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consi<strong>de</strong>ración en el cerebro <strong>de</strong> Cipriano. Vivía pendiente <strong>de</strong> rumores<br />

furtivos, <strong>de</strong> sus gruñidos espesos, <strong>de</strong> sus paseos, <strong>de</strong> sus estornudos.<br />

Detrás <strong>de</strong> cada <strong>de</strong>sahogo, Cipriano se representaba su rostro, su<br />

mirada gélida, su barba aceitosa, su entrecejo cruel. Don Álvaro,<br />

empero, no advirtió la <strong>de</strong>satención <strong>de</strong>l pequeño hasta que concluyó<br />

con |la cartilla <strong>de</strong> los mo&os|. Sin mala voluntad, Cipriano se<br />

resistió a transitar los nuevos caminos.<br />

Más que negarse, existía una imposibilidad material <strong>de</strong> escuchar las<br />

explicaciones <strong>de</strong>l dómine, <strong>de</strong> colgar la atención <strong>de</strong> sus labios. <strong>El</strong><br />

niño miraba sin cesar la pantorrilla negra <strong>de</strong>l ayo, pero su cabeza se<br />

trasladaba incesantemente tras el tabique. ¿Qué significaba el<br />

autoritario carraspeo <strong>de</strong> don Bernardo que acababa <strong>de</strong> escuchar?<br />

¿Por qué había corrido el sillón hacia atrás y se había levantado?<br />

¿Adón<strong>de</strong> iba?<br />

Todos los miedos <strong>de</strong> la primera infancia se abalanzaban <strong>de</strong> pronto<br />

sobre él. Sin Minervina a su lado, se sentía un ser in<strong>de</strong>fenso.<br />

Don Álvaro le hablaba sin parar, con un tono <strong>de</strong> voz levemente<br />

cascado, los ojos al fondo <strong>de</strong> sus pómulos:<br />

—¿Has entendido, Cipriano?<br />

Cipriano volvía a la realidad <strong>de</strong> pronto. Le miraba como diciendo<br />

ignoro <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> viene vuesa merced y dón<strong>de</strong> va, no sé <strong>de</strong> qué me<br />

habla, pero mentía.<br />

—Sí, señor.<br />

Don Álvaro iba entonces un poco más lejos hasta que se daba cuenta<br />

<strong>de</strong> que Cipriano no le seguía, que la mente <strong>de</strong>l chico había quedado<br />

anclada en |la cartilla <strong>de</strong> los mo&os|. Entonces, pacientemente,<br />

una y otra vez volvía a empezar. Una <strong>de</strong> dos: o don Álvaro tenía una<br />

fe ciega en su capacidad intelectual o el salario acordado con don<br />

Bernardo era consi<strong>de</strong>rable.<br />

<strong>El</strong> caso es que la ficción se prolongó durante meses y meses, don<br />

Álvaro esperando que su discípulo <strong>de</strong>spertara, Cipriano al acecho <strong>de</strong><br />

lo que sucedía en la habitación <strong>de</strong> al lado. De este modo, el niño<br />

llegó a leer el latín con cierta soltura pero resbalaba al afrontar las<br />

<strong>de</strong>clinaciones. Y hasta tal extremo se le negaron éstas que, un buen<br />

día, don Álvaro, <strong>de</strong>cepcionado, abordó a don Bernardo al terminar la<br />

clase. La entrevista fue breve y patética:

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