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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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puntiagudo, <strong>de</strong> pezón sonrosado, en espera <strong>de</strong> que la criatura lo<br />

tomase. Dios mío, murmuró don Bernardo, <strong>de</strong>slumbrado por tanta<br />

belleza, pegando su ojo a la rendija.<br />

—¿Es que no lo quieres hoy, mi tesoro? —dijo la chica.<br />

Y sonreía con sus labios jóvenes y gor<strong>de</strong>zuelos. En vista <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>sinterés <strong>de</strong>l niño tomó su pecho con dos <strong>de</strong>dos y dibujó con la<br />

punta <strong>de</strong>l pezón la boca <strong>de</strong>l bebé, quien, tan directamente<br />

estimulado, agarró ávidamente el pecho como la trucha la lombriz<br />

que el pescador le ofrece <strong>de</strong> improviso en el hilero. Entonces don<br />

Bernardo, incapaz <strong>de</strong> reprimir el ja<strong>de</strong>o, se apartó <strong>de</strong> la puerta y bajó<br />

las escaleras temeroso <strong>de</strong> <strong>de</strong>latarse. Repitió la excursión en las<br />

tar<strong>de</strong>s siguientes.<br />

<strong>El</strong> recuerdo <strong>de</strong> aquel pechito inocentemente ofrecido le volvía loco.<br />

En el almacén no era capaz <strong>de</strong> concentrarse, rendía poco, <strong>de</strong>legaba<br />

la mayor parte <strong>de</strong> las tareas en manos <strong>de</strong> Manrique. Luego en la<br />

taberna <strong>de</strong> Garabito se emborrachaba en las catas y, al llegar a<br />

casa, se encamaba pretextando dolor <strong>de</strong> cabeza.<br />

Los vapores <strong>de</strong>l alcohol se iban disipando pero, a cambio, la imagen<br />

<strong>de</strong> aquel pechito <strong>de</strong>snudo volvía a subírsele a la cabeza. Hacía el<br />

cálculo <strong>de</strong> las mamadas y subía al piso alto sobre las seis, la cuarta<br />

toma <strong>de</strong>l día. Pero una tar<strong>de</strong> bochornosa <strong>de</strong> finales <strong>de</strong> septiembre,<br />

con las puertas <strong>de</strong>l piso alto abiertas <strong>de</strong> par en par, una ráfaga <strong>de</strong><br />

viento caliente cerró violentamente la puerta <strong>de</strong> Minervina y la<br />

señora Blasa apareció, sin avisar, en la última <strong>de</strong>l pasillo.<br />

—¿Necesita vuesa merced alguna cosa?<br />

Don Bernardo se sintió abochornado:<br />

—Subía a ver al niño. Hace días que no le veo —dijo.<br />

La señora Blasa entró en la habitación <strong>de</strong> Minervina y volvió a salir<br />

con la misma diligencia. Tenía más marcadas las arrugas<br />

horizontales <strong>de</strong> la frente, fenómeno que acontecía cada vez que en su<br />

cabeza surgía una i<strong>de</strong>a. Al mismo tiempo en las comisuras <strong>de</strong> la<br />

boca se insinuaba un mohín burlón:<br />

—Está mamando, señor. La Miner lo bajará en cuanto termine.

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