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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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medida que iban <strong>de</strong>sapareciendo las pilas <strong>de</strong> papeles y las hileras<br />

<strong>de</strong> libros <strong>de</strong> los estantes, Cipriano se sentía liberado <strong>de</strong> un peso<br />

como <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una confesión. A las cuatro <strong>de</strong> la madrugada, se<br />

acostó. No sólo había quemado todo lo que pudiera comprometerle a<br />

él y al grupo, sino que se había <strong>de</strong>shecho <strong>de</strong> las cenizas <strong>de</strong>l hogar. A<br />

las ocho se incorporó, <strong>de</strong>sayunó frugalmente y or<strong>de</strong>nó a Vicente que<br />

aparejase a “Pispás” lo más rápidamente posible. Una hora más<br />

tar<strong>de</strong>, vestido ya <strong>de</strong> campo y con un mínimo equipaje, se disponía a<br />

partir, cuando Constanza le anunció la visita <strong>de</strong> Ana Enríquez.<br />

Cipriano se dijo que ella era lo único que echaba en falta en esos<br />

momentos. Ana acababa <strong>de</strong> llegar <strong>de</strong> La Confluencia y venía a pedir<br />

disculpas por la <strong>de</strong>fección <strong>de</strong> su criado, por su negativa a adoptar<br />

las normas <strong>de</strong> pru<strong>de</strong>ncia que tan insistentemente se le habían<br />

recomendado. Otro criado, recién llegado <strong>de</strong> Toro, no creía que la<br />

gran redada fuera inminente. A juicio <strong>de</strong> los inquisidores, Cristóbal<br />

<strong>de</strong> Padilla, con sus conciliábulos y los contactos y visitas en la<br />

prisión, había “espantado la caza”.<br />

Había que darse prisa, le dijo doña Ana, cogiéndole <strong>de</strong> las manos y<br />

sentándose a su lado en el sofá <strong>de</strong>l salón. Cipriano se sentía<br />

conmovido por la solicitud <strong>de</strong> la muchacha, por su celo para ponerle<br />

a salvo. Su padre, el marqués, le imploraba que pasara a Francia.<br />

Él no se consi<strong>de</strong>raba comprometido y la posición <strong>de</strong> la marquesa en<br />

la Corte operaría en su favor. Pero Cipriano <strong>de</strong>bía huir, insistía doña<br />

Ana. Le entregaba una nota con una dirección en Montpellier:<br />

Madame Barbouse le aten<strong>de</strong>rá como si fuera yo misma, le dijo. Volvía<br />

a oprimir su pequeña mano peluda entre las suyas impacientes.<br />

Barbouse, no lo olvi<strong>de</strong>. Pero a Cipriano le atenazaba una<br />

preocupación: ¿Y ella? ¿Qué iba a ser <strong>de</strong> ella en tan difíciles<br />

circunstancias? Ana Enríquez sonreía con sus labios carnosos, se le<br />

formaban dos hoyuelos en las mejillas. En estas situaciones las<br />

mujeres nos <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>mos mejor que los hombres —dijo—.<br />

Un hombre, aunque tenga faldas, se compa<strong>de</strong>ce <strong>de</strong> una mujer; los<br />

tribunales <strong>de</strong> hombres con mayor motivo, puesto que los unos hacen<br />

fuerza sobre los otros. ¿Cómo admitir que el Santo Oficio pueda<br />

dictar una sentencia rigurosa contra las monjitas <strong>de</strong>l convento <strong>de</strong><br />

Belén? Se miraban a los ojos, se quitaban la palabra <strong>de</strong> la boca, sus<br />

rostros casi se rozaban. Vuesa merced sí está en peligro, añadía. Ha<br />

echado últimamente sobre sí todas las responsabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l grupo,<br />

ha viajado a Alemania en su nombre, ¿cómo justificar esta actitud?<br />

Felipe II no será menos inflexible que Carlos V. Valdés ha pedido<br />

mayores atribuciones al Papa y Pablo IV no ha vacilado en<br />

concedérselas. Se prepara un gran escarmiento, créame. Cipriano se<br />

dio cuenta <strong>de</strong> que estaba <strong>de</strong>jándose convencer <strong>de</strong> algo <strong>de</strong> lo que ya

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