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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Don Bernardo prefería no cenar.<br />

La comida, a base <strong>de</strong> cerdo y judías pintas, le había resultado<br />

empachosa; le había <strong>de</strong>jado ahíto.<br />

Al <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> sus ropas embarazosas y estirarse <strong>de</strong>snudo en<br />

las planchadas sábanas gimió <strong>de</strong> placer.<br />

Habían sido dos semanas cambiando cada día <strong>de</strong> dieta y<br />

alojamiento.<br />

Muy <strong>de</strong> mañana pagó a la viuda y, por el atajo <strong>de</strong>l Vivero, salió al<br />

camino <strong>de</strong> Zamora. En la encrucijada brincó una liebre <strong>de</strong> la viña y<br />

corrió cien metros zigzagueando por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l caballo. Luego<br />

espoleó a éste y, a galope corto, se encaminó a Tor<strong>de</strong>sillas. Su<br />

carácter metódico y rutinario no le permitió cambiar <strong>de</strong> ruta. Por<br />

unos segundos pensó en su hijo y en el donaire <strong>de</strong> Minervina con él<br />

en brazos. Sonrió. Rebasada Tor<strong>de</strong>sillas picó a “Lucero”, atravesó<br />

las tierras <strong>de</strong> Villamarciel y Geria, orilló Simancas, cruzó el río por<br />

el puente romano y, a mediodía, entraba en Valladolid por la Puerta<br />

<strong>de</strong>l Campo, <strong>de</strong>jando a mano <strong>de</strong>recha la Mancebía <strong>de</strong> la Villa.<br />

__________________________<br />

__________________________<br />

III<br />

Sin apenas advertirlo, don Bernardo Salcedo se encontró<br />

enganchado <strong>de</strong> nuevo a la rutina. Meses atrás había llegado a<br />

pensar que podía morir <strong>de</strong> aburrimiento, pero ahora, como si aquello<br />

hubiera sido un amago <strong>de</strong> tormenta, pensaba que sus temores<br />

habían sido exagerados. Su “acceso <strong>de</strong> melancolía,” como él llamaba<br />

pomposamente a sus meses <strong>de</strong> vagancia, había sido vencido, así que<br />

volvió a tomar las riendas <strong>de</strong> su casa y <strong>de</strong> sus negocios. Por la<br />

mañana, tras el opíparo <strong>de</strong>sayuno que le servía Mo<strong>de</strong>sta, don<br />

Bernardo se encaminaba al almacén <strong>de</strong> la vieja Ju<strong>de</strong>ría, en los<br />

aledaños <strong>de</strong>l Puente Mayor, y allí se encontraba con Dionisio<br />

Manrique, su fiel colaborador, que meses atrás había llegado a<br />

pensar que el amo se moría y el almacén habría que cerrarlo. Se<br />

imaginó sin trabajo, sin oficio ni beneficio, pordioseando entre los<br />

niños llenos <strong>de</strong> bubas que llenaban las calles <strong>de</strong> la villa, en invierno<br />

y en verano. Ahora, <strong>de</strong> pronto, el señor Salcedo, sin saber por qué ni<br />

por qué no, había salido <strong>de</strong>l bache y había vuelto a hacerse cargo <strong>de</strong><br />

la situación. <strong>El</strong> viaje a Burgos había sido el inicio <strong>de</strong> su<br />

resurgimiento. En el mismo <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> don Bernardo, en una mesa

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