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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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juzgar sin conocimiento. Pero, pese a todo, ahora que habían<br />

empezado los fríos y las lluvias, Cipriano se encontraba a gusto en el<br />

salón <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> adobe, con el fuego crepitando en la chimenea,<br />

sentado en la dura tabla <strong>de</strong>l escañil. “La Reina <strong>de</strong>l Páramo” se<br />

sentaba todos los días en la misma silla <strong>de</strong> mimbre.<br />

Y él veía en ella, siempre una labor entre manos, una mujer<br />

hogareña, equilibrada y <strong>de</strong> buen juicio.<br />

Los días <strong>de</strong> precepto montaba a “Obstinado” y marchaba a Peñaflor<br />

a misa <strong>de</strong> once. Entre semana no tenía ocasión <strong>de</strong> fomentar su vida<br />

<strong>de</strong> piedad pero rezaba a Nuestro Señor al acostarse y levantarse.<br />

Cipriano la escuchaba con agrado.<br />

Cuando hablaba Teodomira sentía una gran paz interior. Aquella<br />

muchacha, sobrada <strong>de</strong> peso, era la encarnación <strong>de</strong> la serenidad. Y<br />

su voz, <strong>de</strong> inflexiones acariciadoras, le producía una sensación <strong>de</strong><br />

inmunidad como no había conocido hasta entonces. Pero lo que<br />

sorprendió más a Cipriano fue el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> Teodomira como<br />

hembra, el hecho <strong>de</strong> que la muchacha, al tiempo que sosiego, le<br />

produjera una viva excitación sexual. La tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l columpio y su<br />

confesión inmediata revelaban que el placer que había sentido al<br />

tocar sus nalgas lo consi<strong>de</strong>raba un placer prohibido. <strong>El</strong> recuerdo <strong>de</strong><br />

este hecho le indujo a estimar su volumen <strong>de</strong>s<strong>de</strong> otro punto <strong>de</strong> vista.<br />

Recordaba su breve aventura con Minervina, la analizaba, y concluía<br />

que aquello había sido una reminiscencia <strong>de</strong> infancia. Minervina no<br />

le había dado el ser pero le había criado y él, instintivamente, había<br />

visto en ella la razón <strong>de</strong> su vida y a esa razón se había abrazado al<br />

volver a verla. No había habido otra cosa.<br />

Sin embargo ahora se daba cuenta <strong>de</strong> que aquella criatura<br />

<strong>de</strong>masiado leve no era precisamente lo que un hombre precisaba, que<br />

la pasión carnal requería obviamente carne como primer<br />

ingrediente. De ahí que la paz interior, la calma que “la Reina <strong>de</strong>l<br />

Páramo” le imbuía se viese acompañada, a veces, <strong>de</strong> una lascivia<br />

reprimida, un ardiente <strong>de</strong>seo que cada vez le asaltaba con mayor<br />

exigencia. Esta mezcla <strong>de</strong> paz, seguridad y <strong>de</strong>seo empujaban a<br />

Cipriano Salcedo cada vez más frecuentemente al monte <strong>de</strong> La<br />

Manga. La familiaridad <strong>de</strong> “Relámpago” con el camino le llevaba a<br />

<strong>de</strong>splazarse en poco más <strong>de</strong> una hora. Y aquel invierno frío y<br />

lluvioso no amilanaba a Salcedo. Sus calzas <strong>de</strong> piel y su zamarro<br />

forrado <strong>de</strong> nutria, como el que regaló a Teodomira, le ponían a<br />

cubierto <strong>de</strong> cualquier veleidad climática. Luego pasaban la tar<strong>de</strong> en<br />

la casa o salían <strong>de</strong> paseo a ver volar los bandos <strong>de</strong> palomas torcaces<br />

o las becadas, recién llegadas <strong>de</strong>l norte.

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