El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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casi todos los <strong>de</strong> la zona, como sus hijos, calvo prematuro, con unas<br />
facciones abultadas, negroi<strong>de</strong>s, tan características que el señor<br />
Salcedo le hubiera reconocido entre mil. <strong>El</strong> capotillo <strong>de</strong> dos haldas,<br />
<strong>de</strong> tela burda, los calzones <strong>de</strong> loneta hasta media pierna y sus<br />
cortas piernas peludas eran su uniforme inalterable. Benjamín era<br />
uno <strong>de</strong> los pocos hombres, en aquella época <strong>de</strong> ostentaciones, a<br />
quien agradaba aparentar menos <strong>de</strong> lo que era. Sus ingresos y su<br />
categoría social como rentero, hombre <strong>de</strong>l que en cierto modo<br />
<strong>de</strong>pendía el trabajo <strong>de</strong> los braceros, le daban <strong>de</strong>recho a otra imagen<br />
física que él y los suyos <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñaban. Tanto la Lucrecia <strong>de</strong>l Toro, su<br />
señora, como sus hijos Martín, Antonio y Judas Ta<strong>de</strong>o, vestían sayas<br />
y capotillos marrones repasados y vueltos a repasar, y en los que<br />
Lucrecia había puesto más puntadas que los tejedores <strong>de</strong> Segovia.<br />
Benjamín confirmó a don Bernardo los buenos auspicios: el trigo y la<br />
cebada estaban granando bien y, aunque cualquier juicio sobre la<br />
vid pecaba <strong>de</strong> prematuro, <strong>de</strong> no surgir algún imprevisto, la cosecha<br />
<strong>de</strong> uva podría superar en una quinta parte a la <strong>de</strong>l año anterior. Se<br />
oían los relinchos impacientes <strong>de</strong> “Lucero”, el caballo <strong>de</strong> don<br />
Bernardo a la puerta <strong>de</strong>l chamizo y, <strong>de</strong>ntro, en el zaguán, don<strong>de</strong><br />
conversaban, hacía fresco y olía a alholvas. Don Bernardo se<br />
sentaba rígido en el escañil y Benjamín en un tajuelo, junto al arcón<br />
don<strong>de</strong> Lucrecia guardaba las sábanas y la ropa blanca entre hierbas<br />
olorosas. La casa <strong>de</strong> Benjamín era elemental y sórdida. Contaba con<br />
pocos muebles y ningún adorno, por lo que conservaba, como oro en<br />
paño, una colgadura con figuras que representaban el nacimiento <strong>de</strong><br />
Nuestro Señor y el dosel <strong>de</strong> guadamacíes bajo el que dormía con su<br />
esposa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía veinticinco años.<br />
La misma austeridad emanaba su figura, caballero en mulo<br />
matalón, con manta en lugar <strong>de</strong> silla, y la <strong>de</strong> su hijo Martín, el<br />
primogénito, sobre una burra lunanca <strong>de</strong> medio pelo, cuando le<br />
acompañaron a inspeccionar las tierras. Detrás <strong>de</strong> la lomilla, don<br />
Bernardo advirtió que Benjamín había sustituido una tierra <strong>de</strong><br />
cebada por un bacillar: es la uva la que nos saca <strong>de</strong> pobres, don<br />
Bernardo, hay que <strong>de</strong>sengañarse —le dijo por toda explicación. Pero<br />
al señor Salcedo lo que le interesaba era conocer las aranzadas más<br />
escatimosas <strong>de</strong> la propiedad, las que menos daban: las que fal<strong>de</strong>an<br />
La Mambla, había respondido Benjamín sin pensarlo dos veces. Y<br />
ahora recorrían las calles <strong>de</strong> estos majuelos, <strong>de</strong> buena apariencia,<br />
cuya poquedad solamente se advertía a la hora <strong>de</strong> la vendimia. ¿Son<br />
los más escatimosos? —insistió don Bernardo. De largo, señor<br />
Salcedo; menos fruto y más agraz; a saber la razón —dijo.<br />
Únicamente al regreso, don Bernardo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> su caballo,<br />
comunicó a Benjamín Martín y a Martín Martín, su primogénito, que<br />
doña Catalina había muerto. Benjamín, aposentado en su mulo, se