El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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nuevo, a salir a la calle, ver tiendas, asistir a las novenas <strong>de</strong> San<br />
Pablo, muy animadas. Y, en un enternecimiento súbito, le entregó<br />
cinco relucientes ducados para comprarse ropa. Aquel gesto fue el<br />
argumento <strong>de</strong>finitivo. La Petra se arrodilló y empezó a besar una y<br />
otra vez la mano bienhechora.<br />
Don Bernardo la ayudó a levantarse: <strong>de</strong>bes comprarte una saya<br />
nueva, bellos jubones y un hábito con gorguera transparente;<br />
también sortijas, pulseras, collares, que adornen tu bonito cuerpo,<br />
dijo. A la Petra Gregorio le brillaban sus ojos azules, unos ojos que,<br />
los días anteriores, don Bernardo había temido que se <strong>de</strong>rritiesen <strong>de</strong><br />
pena. A fin <strong>de</strong> cuentas, la Petra Gregorio era como todas las mujeres,<br />
pensó don Bernardo. En un momento <strong>de</strong>terminado la vio tan risueña<br />
y animosa que pensó llevarla a la gran cama adquirida para la<br />
nueva relación, pero luego <strong>de</strong>cidió que era preferible esperar al día<br />
siguiente; con las nuevas ropas y los adornos personales, la<br />
disponibilidad <strong>de</strong> la chica sería más abierta y generosa.<br />
La encontró con una saya sencilla, <strong>de</strong> amplio escote que, bajo la<br />
gorguera transparente, <strong>de</strong>jaba entrever el nacimiento <strong>de</strong> los pechos.<br />
Lucía un gran collar, pendientes baratos y pulseras con colgantes.<br />
Levantó los brazos sonriente al verlo entrar como acogiéndolo. <strong>El</strong><br />
viejo rijo, ausente durante la última semana, parecía apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong><br />
nuevo <strong>de</strong> don Bernardo: ¿estás bien, chiquilla? —le preguntó,<br />
<strong>de</strong>jando su capa corta en manos <strong>de</strong> la muchacha. La tomó por la<br />
cintura.<br />
Estás muy hermosa, Petra. Te has vestido muy bien. <strong>El</strong>la le preguntó<br />
si le gustaba y le llamó vuesa merced. ¡Oh, vuesa merced! —dijo él—.<br />
Debes olvidar el tratamiento. Me llamarás Bernardo. Sonreía la<br />
chica con malicia y él tuvo entonces una i<strong>de</strong>a luminosa: ¿qué dirías<br />
si taita te enseñara a usar la bañera? <strong>El</strong>la reconoció que se había<br />
bañado la víspera. No importa, no importa, incluso no es malo<br />
bañarse todos los días, hija mía, digan los médicos lo que quieran.<br />
La llevaba por la cintura pasillo a<strong>de</strong>lante y se <strong>de</strong>tuvo en la cocina.<br />
Señaló un lebrillo lleno <strong>de</strong> agua junto a la alacena y le mandó<br />
calentar un cuarto. Con el agua preparada, don Bernardo hizo uso<br />
<strong>de</strong> la técnica que, en sus años jóvenes, nunca le había fallado para<br />
<strong>de</strong>snudar a una muchacha. La <strong>de</strong>spojó, primero, lentamente, <strong>de</strong> los<br />
adornos, que fue colocando sobre el fogón y, <strong>de</strong>spués, <strong>de</strong> la saya, la<br />
faldilla y el jubón. Esperó un rato antes <strong>de</strong> quitarle la ropa interior.<br />
La trataba como a una niña y a sí mismo se llamaba “taita”. Taita<br />
te quitará ahora mismo la gorguera pero antes <strong>de</strong>bes meterte en el