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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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No podía tenerse en pie, pero vio a Minervina tan próxima que le dijo<br />

en un susurro: |¿Dón<strong>de</strong> te metiste, Mina, que no pu<strong>de</strong> encontrarte?|.<br />

Mas ya le habían cogido a peso dos guardas y le llevaban en<br />

volandas hasta el palo, don<strong>de</strong> le ataron. A su lado, en el <strong>de</strong> fray<br />

Domingo, proseguía el revuelo <strong>de</strong> sotanas, curas que subían y<br />

bajaban la escala, que se hablaban entre sí o corrían buscando<br />

clérigos más representativos para auxiliarle.<br />

Entonces volvió a comparecer el padre Tablares, jesuita, que subió<br />

atropelladamente la escalera y tuvo un largo rato <strong>de</strong> plática con el<br />

penitente. <strong>El</strong> ajetreo <strong>de</strong> la muchedumbre no permitía oír sus voces,<br />

pero algo importante <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle porque fray Domingo se<br />

ablandó, y el padre Tablares, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> la escalerilla,<br />

encareció a voces a los curas que se encontraban al pie que<br />

buscaran sin <strong>de</strong>mora al escribano, quien, al cabo <strong>de</strong> unos minutos,<br />

se presentó montado en una mula negra. Era hombre <strong>de</strong> media edad<br />

y barba corta, que familiarizado con su oficio, extrajo un papel<br />

blanco <strong>de</strong> la escribanía, mientras un fraile muy joven le sostenía el<br />

tintero. Fray Domingo miraba a un lado y otro como <strong>de</strong>sorientado,<br />

ausente, pero cuando el padre Tablares le habló <strong>de</strong> nuevo al oído, él<br />

asintió y proclamó, con voz llena y bien timbrada, que creía en<br />

Cristo y la Iglesia y <strong>de</strong>testaba públicamente todos sus errores<br />

pasados. Los curas y frailecillos acogieron su <strong>de</strong>claración con gritos<br />

y muestras <strong>de</strong> entusiasmo y se <strong>de</strong>cían unos a otros: ya no es<br />

pertinaz, se ha salvado, en tanto el escribano, firme al pie <strong>de</strong>l palo,<br />

levantaba acta <strong>de</strong> todo ello y la multitud enfurecida protestaba <strong>de</strong> la<br />

intervención <strong>de</strong> aquéllos.<br />

Cipriano, atado a la argolla <strong>de</strong>l palo, los ojos cobar<strong>de</strong>s posados en<br />

Minervina, sentía el empuje <strong>de</strong> la muchedumbre, la actividad <strong>de</strong><br />

verdugos y alguaciles, sus evoluciones, sus voces. ¿Dón<strong>de</strong> estaba el<br />

suyo, su verdugo? ¿Por qué no comparecía? Le sobrecogió el alarido<br />

<strong>de</strong> la multitud, el golpe sordo <strong>de</strong>l cuerpo agarrotado <strong>de</strong> fray<br />

Domingo al caer sin vida a su lado, la rápida acción <strong>de</strong>l gigantesco<br />

verdugo empujándole a las llamas, el chisporroteo inicial. <strong>El</strong> gentío,<br />

<strong>de</strong>fraudado al ver quemar un cuerpo sin vida, trataba ahora <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>splazarse a la izquierda, frente a los cuatro reos que esperaban<br />

aún la ejecución, pero los ya instalados, al darse cuenta <strong>de</strong> sus<br />

pretensiones, forcejeaban con ellos y armaban pequeñas algaradas.<br />

<strong>El</strong> verdugo, ajeno a sus problemas, acababa <strong>de</strong> pren<strong>de</strong>r la hoguera<br />

<strong>de</strong> Juan Sánchez que ardía furiosamente y <strong>de</strong>sprendía un acre hedor<br />

a carne quemada. Mas las llamas consumieron antes sus ligaduras<br />

que su cuerpo y Juan Sánchez, al sentirse libre, se agarró al palo y<br />

trepó por él, con agilidad <strong>de</strong> mono, gritando a voz en cuello y<br />

pidiendo misericordia. La muchedumbre aplaudía y reía ante su<br />

actitud simiesca. Juan Sánchez tenía achicharrado el costado

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