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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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En seguida se lanzó, se lo dijo, le dijo que el arzobispo Carranza<br />

había sido procesado y se pensaba en un juicio largo y apasionado.<br />

Seguramente más <strong>de</strong> cinco años. Cipriano le confió que tanto en la<br />

cárcel como fuera <strong>de</strong> ella había mucha presión contra él. Alzaba la<br />

cabeza para ver a su tío, sentado en el sofá monjil, bajo el ingenuo<br />

cuadro <strong>de</strong> la Asunción <strong>de</strong> la Virgen, acodado en los muslos, las<br />

manos con los <strong>de</strong>dos entrelazados, las uñas muy pulcras. Continuó<br />

hablándole <strong>de</strong> Carranza, estaba dolido con las <strong>de</strong>claraciones <strong>de</strong><br />

Seso, Rojas y Pedro Cazalla que, según él, faltaban a la verdad. Le<br />

habló <strong>de</strong> que el Inquisidor General había llegado a Valladolid y<br />

había dicho que, <strong>de</strong> haberse tratado <strong>de</strong> otra persona, le hubiera<br />

prendido sin más miramientos. Cipriano le indicó que el caballo <strong>de</strong><br />

batalla había sido el encuentro <strong>de</strong> Seso con Carranza <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

convertir aquél a Pedro Cazalla. <strong>El</strong> tío estaba bien informado y<br />

apenas le daba tiempo para respon<strong>de</strong>r; resultaba evi<strong>de</strong>nte que no<br />

quería <strong>de</strong>jar un resquicio por don<strong>de</strong> las preguntas <strong>de</strong> su sobrino<br />

pudieran filtrarse. Carranza afirmaba que Seso les había engañado<br />

a él y al Santo Oficio, había hecho creer que su interpretación <strong>de</strong> las<br />

cosas provenía <strong>de</strong>l arzobispo. Mas las precauciones <strong>de</strong>l nuevo<br />

presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Chancillería fueron insuficientes. Bastó una pausa<br />

mínima <strong>de</strong> su tío para que Cipriano formulara la temida pregunta:<br />

—¿C... conoce las sentencias, tío?<br />

Don Ignacio Salcedo le miraba <strong>de</strong>sarmado, los ojos blandos,<br />

temblándole el labio inferior. Dijo mediante un esfuerzo:<br />

—Me las han enseñado ayer.<br />

Por mi cargo tenían que hacerlo.<br />

Cipriano seguía con la cabeza levantada para que su tío no escapara<br />

<strong>de</strong> su campo visual. Le vio vacilar, empali<strong>de</strong>cer. No trató por ello <strong>de</strong><br />

quitar fuerza a su pregunta:<br />

—¿Cuál ha sido mi suerte?<br />

No respondió inmediatamente Ignacio Salcedo. Se limitó a mirar<br />

profunda, compasivamente, sus ojos encarnizados, pero cuando<br />

trató <strong>de</strong> hablar se le anudó dos veces la voz en la garganta. Cipriano<br />

acudió en su auxilio:<br />

—¿La hoguera tal vez? —preguntó.<br />

<strong>El</strong> tío calló, asintiendo.

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