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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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justificó ella. Don Bernardo, obsesionado, veía ahora también bajo el<br />

maquillaje <strong>de</strong> Can<strong>de</strong>las las bubas <strong>de</strong> las niñas: quiero <strong>de</strong>cir si<br />

uste<strong>de</strong>s disponen <strong>de</strong> médicos <strong>de</strong>l Consistorio, si la villa se preocupa<br />

<strong>de</strong> su salud y la <strong>de</strong> sus clientes. <strong>El</strong>la rió <strong>de</strong>sganada, <strong>de</strong>negando, y él<br />

se puso <strong>de</strong> pie. Tenía la sensación <strong>de</strong> que los landres y las bubas no<br />

estaban en las mujeres sino en el ambiente.<br />

Le tendió la mano: me alegra haberla conocido —puso un ducado en<br />

su blanca mano. Volveré a verte —añadió. Inclinó la cabeza. Luego<br />

salió furtivamente <strong>de</strong> la mancebía sin <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong>l ama.<br />

Camino <strong>de</strong> su casa pensó en Dionisio, Dionisio Manrique, el factótum<br />

<strong>de</strong>l almacén. Manrique era soltero, festivo y rijoso. Aunque religioso<br />

arrastraba fama <strong>de</strong> putañero, <strong>de</strong> <strong>de</strong>dicar sus ocios a la lubricidad.<br />

Sin embargo entre él y don Bernardo jamás se había cruzado una<br />

palabra sobre el particular.<br />

Manrique era para Salcedo un joven medroso, todavía casa<strong>de</strong>ro y<br />

bien mandado. Y Salcedo era para Manrique un hombre recto,<br />

encarnación <strong>de</strong> las buenas costumbres, comedido en el ejercicio <strong>de</strong><br />

su autoridad. De ahí su sorpresa cuando el jefe abandonó su mesa<br />

esa mañana y se dirigió a la suya con mirada encendida:<br />

—Anoche visité la Mancebía <strong>de</strong> la Villa, Manrique —dijo sin ro<strong>de</strong>os—.<br />

Todo hombre tiene sus exigencias y yo, ingenuamente, pensé<br />

satisfacerlas allí. Pero ¿ha visto usted cómo están las calles <strong>de</strong> la<br />

villa <strong>de</strong> mendigos llenos <strong>de</strong> bubas y escrófulas? ¿De dón<strong>de</strong> cree usted<br />

que salen esos millares <strong>de</strong> sifilíticos? ¿Cómo podremos evitar que la<br />

nefanda enfermedad acabe con nosotros?<br />

Dionisio Manrique, que mientras don Bernardo hablaba tuvo tiempo<br />

<strong>de</strong> reprimir su <strong>de</strong>sconcierto, miró a su jefe y lo vio apurado, sin<br />

asi<strong>de</strong>ros. Trató <strong>de</strong> confortarlo:<br />

—Algo se está haciendo, don Bernardo, en este sentido. Y su<br />

hermano lo sabe. La cura <strong>de</strong> calor está dando resultado. En el<br />

Hospital San Lázaro se practica, yo tengo una sobrina allí. <strong>El</strong><br />

método no pue<strong>de</strong> ser más sencillo: calor, calor y calor. Para ello se<br />

cierran puertas y ventanas y se inunda la habitación en penumbra<br />

<strong>de</strong> vapores <strong>de</strong> guayaco. A los enfermos se los cubre <strong>de</strong> frazadas y se<br />

encien<strong>de</strong>n junto a sus camas estufas y braseros a fin <strong>de</strong> que su<strong>de</strong>n<br />

todo lo posible. Dicen que con calor y dieta sobria basta con treinta<br />

días <strong>de</strong> tratamiento. Las bubas <strong>de</strong>saparecen.<br />

Dionisio suspiró con alivio pero observó que no era ésta la respuesta<br />

que don Bernardo esperaba:

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