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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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entretenido unos años pelando borregos hasta que se sintió núbil,<br />

madura. Mas si se casó fue únicamente para ser madre pero él, <strong>de</strong><br />

pronto, lo había echado todo a rodar. Durante su vida todas las<br />

cosas le habían hablado <strong>de</strong> la maternidad: los muñecos <strong>de</strong> la<br />

infancia, las pari<strong>de</strong>ras en el monte, los nidos <strong>de</strong> la urraca en la<br />

gran encina, frente a la casa, “la cosita”.<br />

Reproducirse había sido su única razón <strong>de</strong> ser pero él no lo quiso, lo<br />

había <strong>de</strong>sbaratado todo cuando apenas quedaban unos meses para<br />

que se cumpliese el plazo fijado por el doctor.<br />

Al llegar a este punto, la protesta <strong>de</strong> Teo alcanzó una violencia<br />

inusitada. Tal vez fue el intento <strong>de</strong> Cipriano por calmarla, su<br />

a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> apaciguamiento, lo que la sacó <strong>de</strong> quicio. Sus palabras<br />

se hicieron <strong>de</strong> nuevo in<strong>de</strong>scifrables, su furor aumentó, corrió hacia<br />

las ventanas y <strong>de</strong>sgarró visillos y cortinas, lanzó al suelo a<br />

manotazos los pequeños utensilios <strong>de</strong> plata <strong>de</strong>l tocador e inició una<br />

retahíla <strong>de</strong> palabras cortadas como ladridos.<br />

De pronto, Cipriano comprendió.<br />

Le estaba llamando cabrón aunque ella sabía que no lo era. Nunca<br />

había pronunciado Teo palabras malsonantes, y a Cipriano se le<br />

ocurrió pensar que se trataba <strong>de</strong> reminiscencias <strong>de</strong> su pasado <strong>de</strong><br />

esquiladora, cuando cada rebaño <strong>de</strong> ovejas <strong>de</strong>bía acoger dos cabras<br />

hembras y un macho cabrío según la ley. La palabra cabrón, pensó,<br />

no <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> tener connotaciones <strong>de</strong>spectivas en el Páramo. Hizo un<br />

nuevo intento por calmarla pero resultó contraproducente. Teo<br />

gritaba como una posesa, le empujaba hacia la puerta, le voceaba,<br />

mientras él trataba <strong>de</strong> indagar en sus ojos, <strong>de</strong> buscar en ellos un<br />

atisbo <strong>de</strong> luz, pero su mirada era turbia y vacante, absolutamente<br />

<strong>de</strong>squiciada.<br />

Y cuanto mayor empeño ponía en reducirla, mayor y más grave era<br />

el repertorio <strong>de</strong> <strong>de</strong>nuestos que mezclaba ahora con soeces vocablos<br />

escatológicos, echándole en cara su inhabilidad, el pequeño tamaño<br />

y la inutilidad <strong>de</strong> “la cosita”. Cipriano temblaba, trató <strong>de</strong> taparle la<br />

boca con la mano, pero ella le mordió y prosiguió con su andanada<br />

<strong>de</strong> insultos. Se había tumbado en la cama y con sus uñas rapaces<br />

rasgaba la <strong>de</strong>licada colcha y los forros <strong>de</strong> los almohadones. Luego,<br />

inesperadamente, se incorporó, se colgó <strong>de</strong>l dosel y todo se vino<br />

abajo. Parecía gozar en su furia <strong>de</strong>structora, en su procacidad, sin<br />

preocuparse <strong>de</strong> que sus <strong>de</strong>sahogos verbales pudieran traspasar<br />

tabiques y muros.

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