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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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pensado hacer con él veinticuatro leguas y había hecho más <strong>de</strong><br />

veintisiete.<br />

Entró en Santo Domingo al trote cochinero. A orilla <strong>de</strong> la carrera<br />

divisó la Casa <strong>de</strong> Postas y se <strong>de</strong>tuvo frente a ella. La lucecita <strong>de</strong> una<br />

can<strong>de</strong>la brillaba en la segunda ventana y temió que alguien velase a<br />

aquella hora. Se apeó <strong>de</strong> “Pispás” y ro<strong>de</strong>ó la casa <strong>de</strong> postas por el<br />

acceso embarrado. Al fondo estaba el establo y, en el patio anterior,<br />

pernoctaban dos caballerías. Avanzaba pegado al edificio, la<br />

espalda contra él, para evitar ser visto si alguien se asomaba.<br />

Medio a ciegas eligió el caballo y lo sacó hasta el patio, lo observó<br />

con mayor <strong>de</strong>tenimiento. Era un jamelgo <strong>de</strong> cabeza gran<strong>de</strong> pero<br />

parecía fuerte y <strong>de</strong>scansado. Cambió la silla y encerró a “Pispás” en<br />

el establo con una bolsita con dos ducados al cuello y una nota en la<br />

que <strong>de</strong>cía: |No le pago el caballo sino el favor|. Le pareció oír ruido<br />

en una <strong>de</strong> las ventanas que se abría al camino y se aplastó contra el<br />

muro. Era el miedo el causante, la casa dormía. Propinó al caballo<br />

unas afectuosas palmadas en el cuello y lo montó. En las medias<br />

tinieblas parecía un bicho ruano <strong>de</strong> cabeza moruna y largas crines.<br />

Poco obediente a las espuelas, partió hacia Logroño a un galope<br />

regular.<br />

Cipriano recorrió otras ocho leguas antes <strong>de</strong> amanecer pero no a<br />

“caballo reventado”, como había hecho con “Pispás”, sino al ritmo<br />

uniforme que “Cansino” marcaba, ajeno por completo a sus<br />

estímulos.<br />

Ya con el sol en el cielo, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> viñas con hojas tiernas, Cipriano<br />

tomó una senda a la <strong>de</strong>recha hasta alcanzar el soto <strong>de</strong>l río Iregua.<br />

Ahí se apeó, ató las manos al caballo, almorzó y se tumbó al sol<br />

cálido <strong>de</strong> la mañana. Despertó a media tar<strong>de</strong>, volvió a comer y echó<br />

una ojeada a “Cansino”, tumbado unos metros más allá,<br />

mordisqueando las hierbas a su alcance. Ahora se daba cuenta <strong>de</strong> la<br />

falta <strong>de</strong> clase <strong>de</strong> la cabalgadura.<br />

Únicamente había visto en su vida un penco más <strong>de</strong>sangelado que<br />

aquél:<br />

el “Obstinado” <strong>de</strong> Teo, su mujer, el vergonzoso acompañante <strong>de</strong> su<br />

tornaboda. Esperó al lubricán para salir <strong>de</strong> nuevo al camino.<br />

“Cansino” adoptó el paso uniforme <strong>de</strong> la víspera y lo sostuvo a lo<br />

largo <strong>de</strong> toda la noche. Era su forma <strong>de</strong> galopar, había que<br />

resignarse. En la posta <strong>de</strong> <strong>El</strong> Al<strong>de</strong>a, entre Logroño y Pamplona, lo<br />

cambió por otro. En esta ocasión, Cipriano <strong>de</strong>positó cinco ducados<br />

en la bolsita y pedía disculpas por el cambio.

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