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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>El</strong> campo respondía cada vez con mayor ahínco y la perdiz<br />

enjaulada estiraba el cuello, difundía su coreché por el ancho<br />

mundo <strong>de</strong>l páramo. Cazalla sacó cuidadosamente por la tronera la<br />

boca <strong>de</strong> su retaco y advirtió a Salcedo:<br />

—Guar<strong>de</strong> silencio.<br />

<strong>El</strong> macho cambió <strong>de</strong> tono, sustituyó el áspero coreché <strong>de</strong>l comienzo<br />

por una parla inextricable, farfulladora, confi<strong>de</strong>ncial.<br />

—Ojo, ya recibe —dijo Cazalla.<br />

Salcedo se empinó en su asiento hasta divisar al perdigón<br />

enjaulado. Daba vueltas sobre sí mismo picoteando los alambres sin<br />

<strong>de</strong>jar <strong>de</strong> parlotear, mientras otra perdiz, al pie <strong>de</strong>l tanganillo,<br />

cuchicheaba en tono menor. Cazalla susurró <strong>de</strong> pronto, afianzando<br />

en el hombro la culata <strong>de</strong> su retaco:<br />

—Ya está ahí ese insensato.<br />

¿Lo ve vuesa merced?<br />

Salcedo asintió. La perdiz libre erguía el cuello y miraba a la <strong>de</strong> la<br />

jaula con ojeriza.<br />

<strong>El</strong> cura añadió:<br />

—Detrás viene la hembra.<br />

Salcedo se asomó a la mirilla y, en efecto, una perdiz <strong>de</strong> menor<br />

tamaño seguía a la primera. Cazalla aplastó la mejilla contra el<br />

tubo y tomó puntería sobre la más gran<strong>de</strong>. Estaba a veinte varas,<br />

junto al pulpitillo, y abría un poco las alas en actitud retadora.<br />

Cazalla oprimió la parte baja <strong>de</strong>l serpentín y, nerviosamente, siguió<br />

por el punto <strong>de</strong> mira los pasos <strong>de</strong>l macho hasta que la explosión le<br />

aturdió. Cuando el humo se disipó, Salcedo vio la perdiz aleteando<br />

impotente en el suelo, mientras tres plumillas azuladas se elevaban<br />

en el aire y la hembra se alejaba pausadamente <strong>de</strong>l lugar <strong>de</strong> la<br />

tragedia. Cazalla puso la culata <strong>de</strong> su retaco en el suelo. Sonreía:<br />

—Todo funcionó a la perfección, ¿no cree?<br />

Salcedo fruncía los labios disgustado. No aprobaba la emboscada,<br />

aquella espera alevosa, la intromisión <strong>de</strong> su amigo en la vida

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