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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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en la trampa, evitaba lanzarse sobre él a ciegas, y guardaba las<br />

distancias. Sus puñetazos eran como las picadas molestas <strong>de</strong> un<br />

insecto que iban minando la moral <strong>de</strong>l otro. Y cuando, al cabo <strong>de</strong><br />

cinco minutos, “el Corcel” se olvidó <strong>de</strong> su guardia y atacó<br />

abiertamente a su contrincante persuadido <strong>de</strong> que era un alfeñique,<br />

Cipriano le recibió con un puñetazo en el pómulo <strong>de</strong>recho que le hizo<br />

tambalear. Al golpe siguiente, “el Corcel” hincó una rodilla en tierra<br />

pero, como avergonzado <strong>de</strong> su <strong>de</strong>bilidad, se recuperó<br />

inmediatamente y echó su brazo <strong>de</strong>recho hacia <strong>de</strong>lante tratando <strong>de</strong><br />

hacer presa en su enemigo. Cipriano, sin embargo, se agachó, reculó<br />

a tiempo y, cuando “el Corcel” trastabillaba, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su esfuerzo<br />

fallido, volvió a sacudirle dos golpes en la nariz y “el Corcel” se<br />

apartó ja<strong>de</strong>ando y tratando <strong>de</strong> restañar la sangre con sus manos.<br />

Nadie hablaba, pero como “el Corcel” no pareciera tener intenciones<br />

<strong>de</strong> reanudar la pelea, “Tito Alba” se acercó a él y le dijo:<br />

—”Corcel”, ve a cambiarte el sayo antes <strong>de</strong> que te vea “el Escriba”.<br />

Le acompañó al dormitorio, mientras Cipriano componía su figura.<br />

Vio alejarse a “el Corcel”, auxiliado por “Tito Alba”, y, entonces, sí,<br />

entonces los compañeros le ro<strong>de</strong>aron preguntándole por su fuerza, le<br />

tocaban la bola, y él se levantaba la pernera <strong>de</strong>l pantaloncillo <strong>de</strong><br />

lona, estiraba la pierna y les mostraba los músculos <strong>de</strong> los muslos<br />

tensos y alargados como cables.<br />

Al sábado siguiente, “Mediarroba” se acusó <strong>de</strong> su pecado:<br />

—He golpeado a un compañero hasta hacerle sangrar, padre —dijo.<br />

—¿Es posible, hijo? ¿No sabes que incluso el más <strong>de</strong>spreciable <strong>de</strong> los<br />

hombres es templo vivo <strong>de</strong>l Espíritu Santo?<br />

—Ofendía a los <strong>de</strong>más, padre; es un matón.<br />

—Y ¿quién es ese compañero tuyo? ¿Es <strong>de</strong>l colegio?<br />

—No puedo <strong>de</strong>cirle más.<br />

En la siguiente clase <strong>de</strong> doctrina, el padre Arnaldo se refirió a su<br />

labor <strong>de</strong> enseñante y a la obligación <strong>de</strong> los alumnos <strong>de</strong> apren<strong>de</strong>r sus<br />

enseñanzas para po<strong>de</strong>r auxiliar el día <strong>de</strong> mañana a algún semejante<br />

<strong>de</strong>scarriado. Eran, poco más o menos, las mismas palabras que<br />

había empleado Minervina cuando le enseñaba a rezar. Si tú te<br />

con<strong>de</strong>nas por no saber, tesoro, yo me con<strong>de</strong>naré por no haberte<br />

enseñado.

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