El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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Cipriano saludó a los Cazalla con una inclinación <strong>de</strong> cabeza. Pedro<br />
estaba también allí, en el segundo banco, y le dirigió una mirada<br />
cómplice antes <strong>de</strong> sentarse. Una bujía sobre la mesa <strong>de</strong>l Doctor y<br />
otra en un vano <strong>de</strong> la pared, junto al que Cipriano se había sentado,<br />
alumbraban tímidamente la estancia.<br />
Entonces advirtió en el hombre que acompañaba a Pedro los rasgos<br />
inequívocos <strong>de</strong> la familia: sin duda era Juan Cazalla, otro hermano<br />
<strong>de</strong>l Doctor, y, la mujer sentada a su lado, Juana Silva, su cuñada.<br />
Distribuidos por los bancos, distinguió también a Beatriz Cazalla,<br />
don Carlos <strong>de</strong> Seso, doña Francisca <strong>de</strong> Zúñiga y al joyero Juan<br />
García. Preguntó a éste, que era el más próximo, con un hilo <strong>de</strong> voz,<br />
quiénes eran los ocupantes <strong>de</strong>l cuarto banco, a la izquierda <strong>de</strong> la<br />
mesa presi<strong>de</strong>ncial. Se trataba <strong>de</strong>l bachiller Herrezuelo, vecino <strong>de</strong><br />
Toro, Catalina Ortega, hija <strong>de</strong>l fiscal Hernando Díaz, fray Domingo<br />
<strong>de</strong> Rojas y su sobrino Luis. Antes <strong>de</strong> iniciarse el acto, entró en la<br />
capilla una mujer alta, cimbreña, <strong>de</strong> extraordinaria belleza,<br />
embutida en una galera ajustada al talle y un turbante en la parte<br />
alta <strong>de</strong> la cabeza, que levantó un ligero murmullo entre los<br />
convocados. <strong>El</strong> joyero Juan García se volvió a él y le confirmó: doña<br />
Ana Enríquez, hija <strong>de</strong> los marqueses <strong>de</strong> Alcañices. Minutos antes <strong>de</strong><br />
aparecer doña Ana se había oído rodar un carruaje que no se <strong>de</strong>tuvo<br />
hasta el siguiente cruce. Al parecer, doña Ana Enríquez temía la<br />
oscuridad pero, al propio tiempo, se mostraba pru<strong>de</strong>nte, no quería<br />
facilitar la localización <strong>de</strong>l conventículo. Por último, cerrando la<br />
puerta tras sí, entró el servicial Juan Sánchez, con su gran cabeza y<br />
su piel arrugada, <strong>de</strong> papel viejo, que se sentó <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Cipriano, en<br />
la esquina izquierda <strong>de</strong>l primer escañil. Todos miraban expectantes<br />
al Doctor y a su madre, en lo alto <strong>de</strong>l estrado, y, una vez que cesaron<br />
los cuchicheos, doña Leonor carraspeó y advirtió que se abría el acto<br />
con la lectura <strong>de</strong> un hermoso salmo que sus hermanos <strong>de</strong> Wittenberg<br />
cantaban a diario pero que ellos, por el momento, <strong>de</strong>berían<br />
conformarse con rezarlo. Doña Leonor hablaba con su voz lenta, bien<br />
modulada, potente pero reprimida. Cipriano miró a doña Ana, cuyo<br />
largo cuello emergía <strong>de</strong> la galera ornado con un collar <strong>de</strong> perlas, y<br />
la vio reclinar la cabeza y entrelazar <strong>de</strong>votamente los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> las<br />
manos.<br />
Cipriano pretendía encontrar en las estrofas <strong>de</strong>l salmo alusiones<br />
prohibidas:<br />
Ben<strong>de</strong>cid al Señor en todo momento, Su alabanza estará siempre en<br />
mi boca.