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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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—Son dos asuntos que no tienen nada que ver entre sí, Salcedo.<br />

Don Bernardo le agarró firmemente por el jubón recamado y le alzó<br />

levemente <strong>de</strong>l suelo. Miguel Zamora <strong>de</strong> puntillas, con las peludas<br />

piernas al aire, ofrecía una imagen grotesca:<br />

—Debería matarle aquí mismo —le dijo don Bernardo aproximando<br />

sus labios al extremo <strong>de</strong> su nariz.<br />

—Petra no es su esposa. No conseguiría la comprensión <strong>de</strong>l tribunal.<br />

—<strong>El</strong> placer <strong>de</strong> <strong>de</strong>shacerle entre mis manos, ése sí lo tendría.<br />

—Sería un acto culpable, Salcedo. La ley no le ampara.<br />

Se hablaban a media voz, a dos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> distancia y, cuando don<br />

Bernardo le soltó <strong>de</strong>spectivamente, apenas se le oyó musitar:<br />

|cochino leguleyo|. Luego, ya más claro, al abandonar el dormitorio<br />

exclamó:<br />

—Tanto tú como yo somos dos pobres cabrones que no sabemos<br />

dón<strong>de</strong> ocultar los mogotes <strong>de</strong> nuestros cuernos.<br />

Salió al pasillo en el instante en que Petra Gregorio también lo hacía<br />

por la puerta <strong>de</strong> la cocina.<br />

Portaba una gran ban<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> plata con una improvisada comida y<br />

taconeaba garbosa por la tarima pero, a la solemne bofetada <strong>de</strong> don<br />

Bernardo, todo salió ruidosamente por los aires menos la Petra<br />

Gregorio, que perdió el equilibrio y se vino al suelo.<br />

—Prepara tus trebejos —dijo sucintamente don Bernardo—. Mañana<br />

te vuelves al yermo <strong>de</strong> don<strong>de</strong> saliste.<br />

Al día siguiente, Dionisio Manrique le organizó una entrevista con<br />

María <strong>de</strong> las Casas, “la Ponedora”, en el almacén:<br />

—Me prometiste una virgen y me endosaste una puta. ¿Qué te parece<br />

el trueque?<br />

María <strong>de</strong> las Casas se arrodilló. Pretendió en vano besarle el bor<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> la cuera:<br />

—Tan engañada ha sido vuesa merced como yo misma. Se lo juro por<br />

mis muertos.

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