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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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De regreso a casa, doña Gabriela, acompañada por los dos hombres,<br />

pasó por el cuarto <strong>de</strong> plancha para ver al pequeño Cipriano y, ante<br />

él, aparentemente dormido, soltó dos lágrimas inoportunas.<br />

Don Bernardo, en cambio, a su lado, contemplaba a la criatura con<br />

rostro impasible. A la cabecera <strong>de</strong> la cunita, la joven Minervina<br />

había colocado un lazo negro <strong>de</strong> tafetán. Los ojos <strong>de</strong> don Bernardo<br />

se endurecieron.<br />

—¿Qué pensará mientras duerme el pequeño parricida? —murmuró.<br />

Don Ignacio le tomó por el hombro.<br />

—Por favor; no disparates así, Bernardo. Nuestro Señor te pue<strong>de</strong><br />

castigar.<br />

Don Bernardo movió la cabeza <strong>de</strong> un lado a otro:<br />

—¿Es que cabe aún mayor castigo que el que vengo pa<strong>de</strong>ciendo? —<br />

sollozó.<br />

__________________________<br />

__________________________<br />

II<br />

La casa <strong>de</strong> la Corre<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> San Pablo asumió a la muerte <strong>de</strong> doña<br />

Catalina una nueva disposición. <strong>El</strong> niño Cipriano se incorporó a la<br />

vida <strong>de</strong>l servicio, en las buhardillas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l piso alto, en<br />

tanto don Bernardo quedó como dueño y señor <strong>de</strong>l primer piso, sin<br />

otra novedad que la <strong>de</strong> haber cambiado <strong>de</strong> sitio el santuario<br />

conyugal, instalado, ahora que había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ser santuario, en su<br />

<strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> toda la vida.<br />

Como era previsible, dada su corta edad, el niño vivía pegado a su<br />

nodriza; <strong>de</strong> ella mamaba cada tres horas, con ella pasaba el día<br />

gorjeando en el cuarto <strong>de</strong> plancha y con ella dormía en uno <strong>de</strong> los<br />

cuchitriles <strong>de</strong> arriba, junto a la escalera. Los bajos, en cambio, no<br />

sufrieron la menor alteración.<br />

Juan Dueñas, el criado, siguió viviendo allí, en el pequeño chiscón<br />

junto a la cuadra, con los dos caballos y las dos mulas y la pequeña<br />

cochera al lado.

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