El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Ninguna <strong>de</strong> estas noveda<strong>de</strong>s implicó un cambio sustancial en la vida<br />
<strong>de</strong> don Bernardo Salcedo aunque externamente entró en una fase <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>rrotada pasividad. Dejó <strong>de</strong> ir al almacén <strong>de</strong> lanas, en la vieja<br />
Ju<strong>de</strong>ría, y se olvidó por completo <strong>de</strong> Benjamín Martín, su rentero <strong>de</strong><br />
Pedrosa. En su inactividad, don Bernardo <strong>de</strong>jó incluso <strong>de</strong> visitar a<br />
mediodía, con sus amigos, la taberna <strong>de</strong> Dámaso Garabito y <strong>de</strong><br />
entonarse con sus blancos selectos. En rigor, el señor Salcedo pasó<br />
unos días sentado en un sillón <strong>de</strong> la sala, frente a los visillos <strong>de</strong> la<br />
ventana, viendo cómo venía la luz y cómo marchaba. Apenas se<br />
movía hasta que Mo<strong>de</strong>sta le avisaba para comer y él, entonces, se<br />
levantaba <strong>de</strong>l sillón <strong>de</strong> mala gana y se sentaba a la mesa. Pero no<br />
comía, se limitaba a manchar el plato para engañarse a sí mismo y,<br />
<strong>de</strong> paso, inquietar al servicio. Interiormente se había señalado una<br />
semana <strong>de</strong> luto pero, en siete días, llegó a un punto <strong>de</strong> simulación<br />
tan perfecto que empezó a gozar <strong>de</strong> las mieles <strong>de</strong> la compasión.<br />
Des<strong>de</strong> niño, don Bernardo Salcedo había impuesto a sus padres su<br />
voluntad.<br />
Era un muñeco autoritario que no aceptaba imposiciones <strong>de</strong> ningún<br />
tipo. Así creció y, una vez casado, a su esposa doña Catalina la tuvo<br />
siempre sometida a una dura disciplina marital. Tal vez por eso<br />
sufría ahora, porque le faltaba alguien a quien mandar, con quien<br />
ejercitar el po<strong>de</strong>r. Y Mo<strong>de</strong>sta, la doncella, al servirle las comidas,<br />
mostraba su aflicción con dos lagrimitas. Un día no se pudo<br />
contener y le llamó al or<strong>de</strong>n: no se <strong>de</strong>je vuesa merced —le dijo—. No<br />
le vaya a dar que sentir. Estas sencillas palabras hicieron ver a don<br />
Bernardo que había otros placeres sutiles en el mundo a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l<br />
que proporcionaba la autoridad: ser compa<strong>de</strong>cido, provocar lástima.<br />
Atribuirse un sentimiento <strong>de</strong> dolor tan fuerte como nadie había<br />
sentido en el mundo era otra manera <strong>de</strong> parecer importante. Así<br />
llegó a ser maestro en el oficio, maestro <strong>de</strong> la afectación. Se pasaba<br />
el día estudiando ante el espejo gestos y actitu<strong>de</strong>s que evi<strong>de</strong>nciaran<br />
su pena.<br />
La ostentación <strong>de</strong>l dolor llegó a ser su meta y lo mismo que fingía no<br />
comer ante Mo<strong>de</strong>sta, afirmaba que había renunciado a dormir y se<br />
lamentaba <strong>de</strong> sus largas noches en vela, <strong>de</strong> no pegar ojo, <strong>de</strong> su<br />
insomnio irremediable. Pero, en realidad, don Bernardo, cuando la<br />
casa quedaba a oscuras y en silencio, encendía una mariposa y<br />
buscaba en la alacena y la <strong>de</strong>spensa algún manjar apetecible que le<br />
compensara <strong>de</strong> su dieta diurna tan escrupulosamente observada.<br />
Acto seguido, se <strong>de</strong>splazaba <strong>de</strong> un lugar a otro haciendo ruidos<br />
<strong>de</strong>liberadamente para <strong>de</strong>spertar al servicio y confirmar así su<br />
vigilia. De este modo la compasión por el viudo doliente se iba<br />
extendiendo. Del servicio pasaba a sus hermanos, don Ignacio y