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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Hacía casi un mes que no visitaba a su esposa y cada día le pesaba<br />

más el sentimiento <strong>de</strong> culpa. No había entendido a Teo pero tampoco<br />

se esforzó nunca por hacerlo. Le facilitó un bienestar y unas<br />

atenciones mínimas pero no compartió, ni comprendió siquiera, sus<br />

<strong>de</strong>sazones, sus anhelos <strong>de</strong> maternidad.<br />

Pero este <strong>de</strong>seo se había <strong>de</strong>sarrollado, había llegado a hacerse<br />

obsesivo y había acabado por <strong>de</strong>vorarla. La encontró peor que cuatro<br />

semanas atrás, igualmente ausente pero más espiritada. Cuando la<br />

conoció le había sorprendido la superficie <strong>de</strong> su rostro, excesiva<br />

para el tamaño <strong>de</strong> sus facciones, pero, a medida que su cara<br />

a<strong>de</strong>lgazaba, aquéllas se pronunciaban, crecían, y su nariz afilada,<br />

por ejemplo, se <strong>de</strong>splomaba sobre una barbilla pugnaz que nunca la<br />

distinguió. Asimismo, aquellos ojos vacíos, estáticos, que habían<br />

llenado la parte alta <strong>de</strong> su rostro, se hundían ahora en éste,<br />

circuidos por dos lívidas ojeras. La encontró paseando por el<br />

corredor, más bien arrastrada por los dos fuertes guardianes que la<br />

acompañaban. Con el cabello alborotado, la espalda vencida y sus<br />

pasitos laboriosos parecía una viejecita <strong>de</strong> mil años, un fantasma<br />

surgido <strong>de</strong>l fondo oscuro <strong>de</strong>l pasillo. Cipriano se <strong>de</strong>tuvo ante ella y<br />

la observó con <strong>de</strong>tenimiento. En sus ojos planos no advertía ni<br />

chispa <strong>de</strong> consciencia, parecían mirar hacia <strong>de</strong>ntro, lejos.<br />

Sin embargo, cuando quiso tomarla <strong>de</strong>l brazo y Teo hizo un brusco<br />

a<strong>de</strong>mán como para <strong>de</strong>sasirse, él creyó adivinar, en el fondo <strong>de</strong> su<br />

mirada, un atisbo <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z.<br />

Al entrar en la habitación, Cipriano insistió en ayudarla, volvió a<br />

tomar su brazo <strong>de</strong>scarnado y esta vez Teo no opuso resistencia. Se<br />

<strong>de</strong>jó acostar pasivamente y se quedó mirando el castillo que se<br />

divisaba por la ventana enrejada.<br />

Los loqueros y la comadre, tal vez esperando una compensación, se<br />

mostraron acor<strong>de</strong>s en que había mejorado. Ingería sólidos, paseaba<br />

todos los días un ratito y en sus ojos <strong>de</strong>lgados <strong>de</strong>jaba ver un algo<br />

que no había habido antes. Cipriano se sentó a su lado y le tomó una<br />

mano.<br />

La llamaba por su nombre, tiernamente, pero ella miraba<br />

indiferente, por encima <strong>de</strong> su hombro, las almenas <strong>de</strong>l castillo. Hubo<br />

un momento, empero, en que recogió la mirada y la posó sobre él,<br />

tan fija e insistentemente que Cipriano no pudo resistirla y <strong>de</strong>svió la<br />

suya.<br />

Al centrarla <strong>de</strong> nuevo se encontró con que las pupilas <strong>de</strong> Teo seguían<br />

posadas en él, imperturbables, como si le escrutara el fondo <strong>de</strong>l

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