12.05.2013 Views

El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Aunque el nuevo Maluenda no le llegara a don Néstor ni a la suela<br />

<strong>de</strong>l zapato, no le causó mala impresión a Cipriano. La diligencia y<br />

probidad <strong>de</strong> Ciriaco Maluenda estaban a cien codos <strong>de</strong> las <strong>de</strong>l<br />

difunto don Gonzalo. Aceptó <strong>de</strong> buen grado el incremento <strong>de</strong> pieles<br />

que Salcedo le anunciaba, pues aunque la cifra <strong>de</strong>scendía a la mitad<br />

<strong>de</strong> los fletes <strong>de</strong> antaño, casi doblaba la <strong>de</strong> los últimos envíos. La<br />

relación con los Maluenda volvía a ser amistosa.<br />

Entre quehacer y quehacer, Cipriano visitaba a Teo en el Hospital <strong>de</strong><br />

Medina. Sedada con filonio romano vivía tranquila, sin ganas <strong>de</strong><br />

pelea. Vegetaba más bien, se <strong>de</strong>jaba consumir. A Cipriano le<br />

entristecían aquéllos ojos <strong>de</strong> mirada vacía, antaño tan bellos. Nunca<br />

llegó a saber si le reconocía, si sus visitas le producían algún efecto,<br />

ya que cada vez que se presentaba le dirigía una mirada<br />

inexpresiva, la misma que dirigía a sus enfermeros cuando se<br />

movían por la habitación. Día a día iba encogiéndose, <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ser<br />

la mujer fuerte que conoció en La Manga.<br />

Su cuerpo se reducía al tiempo que se agrandaban sus facciones que<br />

iban ocupando cada vez mayor espacio en su rostro enteco, antaño<br />

ancho y floreciente.<br />

No hablaba, no comía, no llegaba a abrir la boca más que para<br />

beber; su vida carecía <strong>de</strong> alicientes, le <strong>de</strong>cían, pero no sufre. Esto le<br />

aliviaba. La ventana enrejada <strong>de</strong> la habitación se abría al campo y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> ella divisaba el castillo que parecía hipnotizarla.<br />

Cipriano se esforzaba en inventar algo que pudiera animarla pero<br />

sus obsequios, pequeñas joyas, flores, dulces, no le producían la<br />

menor reacción. Cada vez que la visitaba regresaba a casa más<br />

<strong>de</strong>primido que la anterior: no le había reconocido; le daría lo mismo<br />

que no volviese. A veces, los propios guardadores se animaban entre<br />

sí: había comido un poco, había dado un corto paseo por la<br />

habitación, pero en su cara no se reflejaban tales progresos. Con su<br />

liberalidad habitual, Salcedo daba a aquellos generosas propinas<br />

que nunca consi<strong>de</strong>raba suficientes. A estas alturas, pensaba, era ya<br />

lo único que podía hacer por su esposa enferma: sobornar a los que<br />

la cuidaban para que lo hicieran <strong>de</strong> grado, para que le regalaran<br />

una pizca <strong>de</strong> afecto, para que algún día la hicieran sonreír.<br />

Las tar<strong>de</strong>s las <strong>de</strong>dicaba a los Cazalla, al Doctor y su madre.<br />

Doña Leonor <strong>de</strong> Vivero no perdía su alegría ni su don <strong>de</strong> gentes.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!