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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>de</strong>stemplada: Todos estamos obligados a cumplir con nuestro <strong>de</strong>ber,<br />

Rufino. La guía y el pericón son <strong>de</strong> mi propiedad, no te preocupes.<br />

Liberado <strong>de</strong> sus fingimientos, durmió <strong>de</strong> un tirón por primera vez<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgracia. No obstante, a la mañana siguiente, y pese a<br />

tener la cabeza <strong>de</strong>spejada, le dolían todos los huesos <strong>de</strong>l cuerpo.<br />

Acusaba las sacudidas <strong>de</strong>l carro, los baches profundos <strong>de</strong>l<br />

pavimento, los vaivenes <strong>de</strong> la velocidad. De este modo, el tercer día,<br />

antes <strong>de</strong> que el sol se pusiera, la caravana entraba en la ciudad <strong>de</strong><br />

Burgos por la Puerta <strong>de</strong> las Carretas. Eran tales el estrépito y las<br />

voces <strong>de</strong> los carreteros que los transeúntes se <strong>de</strong>tenían en los bor<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> las calles para verlos pasar. Las llantas <strong>de</strong> los carros y los cascos<br />

<strong>de</strong> las mulas, que levantaban chispas en el adoquinado, producían<br />

un retumbo aturdidor: la caravana <strong>de</strong> Salcedo se ha retrasado este<br />

año, comentó un ciudadano. Frente al Monasterio <strong>de</strong> Las Huelgas se<br />

levantaba el enorme almacén <strong>de</strong> Néstor Maluenda que recibía, en dos<br />

expediciones anuales, los vellones <strong>de</strong> media España. Dionisio<br />

Manrique y Juan Dueñas permanecieron junto a las carretas,<br />

vigilando la <strong>de</strong>scarga, mientras don Bernardo Salcedo reservaba<br />

una habitación en el mesón <strong>de</strong> Pedro Luaces, don<strong>de</strong> siempre había<br />

parado, y buscaba ropa para la cena en los establecimientos más<br />

lujosos <strong>de</strong> la ciudad.<br />

Don Néstor Maluenda le recibió amablemente. La presencia <strong>de</strong> don<br />

Néstor, tan fino, tan señor, tan en su sitio, siempre había cohibido a<br />

don Bernardo: me encuentro más suelto mano a mano con el Príncipe<br />

que con don Néstor Maluenda, solía <strong>de</strong>cir. Todo en el viejo le<br />

imponía: su fortuna, su figura alta y esbelta pese a la edad, las<br />

pálidas mejillas impecablemente rasuradas, aquella melena corta,<br />

al estilo <strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s, y su indumento, el sayo con ropa encima, el<br />

escote cuadrado <strong>de</strong>jando asomar la camisa y el jubón acuchillado<br />

que sería moda un año más tar<strong>de</strong>.<br />

Como siempre, don Néstor se mostró acogedor, le enseñó sus últimas<br />

adquisiciones, el gran espejo con marco <strong>de</strong> oro <strong>de</strong>l vestíbulo y el<br />

matrimonio <strong>de</strong> arquetas venecianas, enfrentadas artísticamente en<br />

el salón. Don Bernardo pisaba las alfombras <strong>de</strong>votamente y,<br />

<strong>de</strong>votamente, admiraba los cortinones gruesos, largos hasta el suelo,<br />

que clausuraban las ventanas. Las voces se aterciopelaban<br />

inevitablemente en una mansión tan lujosamente vestida. Don Néstor<br />

se mostró consternado cuando don Bernardo le comunicó que su<br />

esposa había fallecido y que esto y las secuelas previsibles habían<br />

sido la causa <strong>de</strong> su retraso:<br />

—Era mi primer hijo —dijo, los ojos brillantes.

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