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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>El</strong> Santo Oficio acentúa su vigilancia. En este momento está<br />

revisando el Índice <strong>de</strong> libros prohibidos. Leer esos libros, ven<strong>de</strong>rlos o<br />

difundirlos constituyen <strong>de</strong> por sí graves <strong>de</strong>litos.<br />

Hizo un alto Salcedo pensando que el capitán no se conformaría con<br />

su vaga respuesta y, en vista <strong>de</strong> su silencio, añadió:<br />

—La que murió fue la madre <strong>de</strong>l Doctor. La enterramos en el<br />

Convento <strong>de</strong> San Benito con cierta pompa, guardando <strong>de</strong>bidamente<br />

las formas. Así y todo hubo murmullos y protestas en el funeral.<br />

—¿Doña Leonor <strong>de</strong> Vivero? —inquirió el capitán.<br />

—Doña Leonor <strong>de</strong> Vivero, exactamente. En cierto modo ella fue en<br />

tiempos el alma <strong>de</strong>l negocio en Valladolid.<br />

<strong>El</strong> capitán Berger <strong>de</strong>negó con la cabeza, sonriendo. Tendría doce o<br />

quince años más que su interlocutor, una roja perilla y un pelo muy<br />

rubio, casi albino, más propio <strong>de</strong> un escandinavo que <strong>de</strong> un alemán.<br />

Seguía observando las pequeñas manos <strong>de</strong> Salcedo con viva<br />

curiosidad, los ojos entrecerrados, y, paulatinamente, elevó la<br />

mirada hasta su rostro, reducido también, como reducidas y<br />

correctas eran sus facciones, dominadas por unos ojos sombríos y<br />

profundos. Para escapar <strong>de</strong> la sugestión <strong>de</strong>l personaje, bebió medio<br />

vaso <strong>de</strong> vino <strong>de</strong> Bur<strong>de</strong>os, <strong>de</strong> una jarra colocada en el centro <strong>de</strong> la<br />

mesa, levantó los ojos y precisó:<br />

—Creo que el alma <strong>de</strong>l negocio en Valladolid fue siempre el “Doktor”.<br />

La madre fue uno <strong>de</strong> sus apoyos. Tal vez la que acogió la doctrina <strong>de</strong><br />

la justificación con mayor entusiasmo. Al “Doktor” le conocí en<br />

Alemania, en Erfurt, cuando aún era un exasperado erasmista.<br />

Luego, al regresar a Valladolid, llevaba ya “la lepra” consigo.<br />

Salcedo se revolvió inquieto.<br />

Le ocurría siempre que creía haber dicho algo improce<strong>de</strong>nte, tal vez<br />

otra reminiscencia <strong>de</strong> su temor filial:<br />

—En realidad, lo que quería <strong>de</strong>cir —aclaró— es que doña Leonor era<br />

la mujer fuerte, la que sostenía al Doctor en sus horas bajas y daba<br />

vida y sentido a los conventículos.<br />

<strong>El</strong> capitán Berger prosiguió como si no le hubiera oído:

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