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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Descendió las escaleras lentamente, avergonzado, como un ladrón<br />

sensible sorprendido con las manos en la masa. Pero a la noche, en<br />

su visita diaria a su hermano Ignacio, le confesó:<br />

—Ahora pienso si a don Néstor Maluenda no le diría la verdad,<br />

Ignacio. ¿No crees tú que se pue<strong>de</strong> ser hombre <strong>de</strong> una sola esposa<br />

pero <strong>de</strong> varias mujeres? <strong>El</strong> cuerpo me pi<strong>de</strong>, Ignacio, me apremia; hay<br />

días que no pienso en otra cosa.<br />

Me parece que echo en falta una mujer a mi lado.<br />

Esperaba que su hermano, ocho años más joven que él, pero probo y<br />

justo, le diese un sabio consejo o, siquiera, la oportunidad <strong>de</strong><br />

contarle su naciente pasión por Minervina, pero Ignacio Salcedo<br />

cortó en flor sus ilusiones:<br />

—¿Quién te dijo que seas hombre <strong>de</strong> una sola esposa, Bernardo?<br />

Tú necesitas otra mujer. Eso es todo. ¿Por qué no le dices a fray<br />

Hernando que te ayu<strong>de</strong> a buscarla?<br />

Le <strong>de</strong>jó <strong>de</strong>sconcertado. No se trataba <strong>de</strong> hablar con fray Hernando,<br />

sino <strong>de</strong> convencer a Minervina <strong>de</strong> que, entre mamada y mamada <strong>de</strong>l<br />

pequeño Cipriano, se entretuviera un rato con él en el lecho <strong>de</strong> la<br />

buhardilla. <strong>El</strong> problema no consistía, pues, en arreglar una boda<br />

sino en facilitarle el acceso a los dominios <strong>de</strong> la chica, <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong>sahogar con ella sus apremios carnales. Esto no lo aprobaría<br />

nunca fray Hernando y, menos aún, su hermano Ignacio, tan recto,<br />

tan íntegro. ¿A quién acudir entonces?<br />

Una tar<strong>de</strong>, Mo<strong>de</strong>sta le sobresaltó gritando que el niño andaba.<br />

Acababa <strong>de</strong> cumplir nueve meses y apenas pesaba quince libras,<br />

aunque había dado abundantes pruebas <strong>de</strong> agilidad. A veces se<br />

ponía cabeza abajo en la cama <strong>de</strong> Minervina para que la chica riera.<br />

Otras saltaba la barandilla <strong>de</strong> la cunita con notable ligereza y<br />

permanecía un rato <strong>de</strong> pie sin moverse, sin sujetarse a nada,<br />

observando, como solía hacer al abrir los ojos, los objetos que le<br />

ro<strong>de</strong>aban. Ahora, don Bernardo, sorprendido en plena cabezada, no<br />

<strong>de</strong>saprovechó la oportunidad <strong>de</strong> volver a ver a la muchacha y<br />

ascendió pesadamente las escaleras <strong>de</strong>l piso alto. En el pasillo<br />

tropezó con su hijo caminando a solas hacia las escaleras, mientras<br />

Minervina, sonriente, le seguía agachada, los brazos abiertos tras él,<br />

protegiéndole. Detrás <strong>de</strong> ella marchaban, como unas mialmas,<br />

Mo<strong>de</strong>sta y la señora Blasa:

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