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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Pero “la procesión <strong>de</strong> las borriquillas”, aunque lentamente, discurría<br />

sin pausa entre la muchedumbre. Veintiocho asnillos en fila,<br />

montados por otros tantos seres estrambóticos, con sambenitos <strong>de</strong><br />

diablos al pecho y corozas en la cabeza, componían una comitiva<br />

grotesca que <strong>de</strong>sfilaba por el estrecho pasillo que abrían los<br />

alabar<strong>de</strong>ros.<br />

Pero una vez que Cipriano alcanzó a fray Domingo, entró en la onda<br />

<strong>de</strong> las prédicas <strong>de</strong>l Doctor, que iba <strong>de</strong>lante, <strong>de</strong> sus voces <strong>de</strong><br />

arrepentimiento, <strong>de</strong> sus apelaciones a la compasión. Cipriano<br />

miraba su figura vencida y cargada <strong>de</strong> espaldas, la coroza la<strong>de</strong>ada,<br />

balanceándose en lo alto <strong>de</strong>l pollino y se preguntaba qué tenía en<br />

común aquel hombre con aquel otro que pocos meses antes le<br />

instruía enfervorizado con motivo <strong>de</strong> su viaje a Alemania. Oía sus<br />

exhortos y súplicas con <strong>de</strong>sconfianza, seco, sin emoción:<br />

—Enten<strong>de</strong>d y creed que en la tierra no hay Iglesia invisible sino<br />

visible —<strong>de</strong>cía—. Y ésta es la Iglesia Católica, Romana y Universal.<br />

Cristo la fundó con su sangre y pasión y su vicario no es otro que el<br />

Sumo Pontífice. Y tened por seguro que aunque en aquella Roma se<br />

registraron todos los pecados y abominaciones <strong>de</strong>l mundo,<br />

residiendo en ella el Vicario <strong>de</strong> Cristo, allí estaba el Espíritu Santo.<br />

Le llamaban hereje, pelele, viejo loco, mas él lloraba y, en ocasiones,<br />

sonreía al referirse a su <strong>de</strong>stino como a una liberación.<br />

Las mujeres se santiguaban e hipaban y sollozaban con él, pero<br />

algunos hombres le escupían y comentaban: ahora tiene miedo, se<br />

ha ensuciado los calzones el muy cabrón.<br />

Unos pasos más atrás, Cipriano iba recogiendo los insultos e<br />

improperios que las palabras <strong>de</strong>l Doctor <strong>de</strong>spertaban en el pueblo.<br />

De esta manera entraron en la calle <strong>de</strong> Santiago, don<strong>de</strong> la masa <strong>de</strong><br />

gente era más <strong>de</strong>nsa aún, casi impenetrable, y los borricos<br />

avanzaban al paso, entre los alabar<strong>de</strong>ros.<br />

Grupos <strong>de</strong> mujeres endomingadas, con vistosos atavíos, se asomaban<br />

a las ventanas y balcones para ver pasar la procesión y comentaban<br />

los inci<strong>de</strong>ntes a voz en grito, <strong>de</strong> lado a lado <strong>de</strong> la calle. Los<br />

chiquillos lo invadían todo, retozaban, dificultaban la ya difícil<br />

circulación, aturdían soplando sus silbatos o los pitos huecos <strong>de</strong> los<br />

albaricoques. Y, en medio <strong>de</strong> aquella barahúnda, todavía llegaban a<br />

oídos <strong>de</strong> Cipriano frases truncadas <strong>de</strong>l Doctor, palabras sueltas <strong>de</strong><br />

su interminable soliloquio. Pero su atención, sin apenas advertirlo,<br />

iba en otra dirección, su débil cerebro se <strong>de</strong>splazaba hacia

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