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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Eran, simplemente, una puta y un cornudo. <strong>El</strong>la no alteró su<br />

conducta mientras no llegaron los primeros ducados. Después, el<br />

cambio <strong>de</strong> piso, su ropero, el lujo palaciego <strong>de</strong>l nuevo hogar. ¿Cómo<br />

no pensó nunca que su asignación no podía dar para tantos<br />

excesos? María <strong>de</strong> las Casas le había engañado y hasta era posible<br />

que su cuerpo estuviera incubando a estas alturas una enfermedad<br />

asquerosa. En el portal, a la luz <strong>de</strong>l quinqué, se miró el dorso <strong>de</strong> las<br />

manos, se tocó las mejillas con <strong>de</strong>dos temblorosos; no había bubas ni<br />

durezas. De momento podía estar tranquilo. Apenas hacía dos horas<br />

que se había <strong>de</strong>spedido <strong>de</strong> Petra, pero tomó la calle <strong>de</strong>l Verdugo y se<br />

encaminó a su casa. Las <strong>de</strong>pravaciones sexuales <strong>de</strong> la chica, pensó,<br />

no se inventaban ni obe<strong>de</strong>cían a lecciones recientes. La mantenida<br />

había tenido un larga experiencia amorosa anterior a su encuentro.<br />

La chiquilla que suspiraba una y obra vez a la grupa <strong>de</strong> “Lucero” la<br />

noche que la bajó <strong>de</strong>l Páramo no era una muchacha ingenua sino<br />

una consumada actriz. ¿Qué hacer? ¿Cómo la encontraría? ¿Cómo<br />

<strong>de</strong>bía reaccionar un caballero ante una burla semejante?<br />

He aquí lo que en el instante <strong>de</strong> introducir la llave en la cerradura<br />

<strong>de</strong>sazonaba a don Bernardo. ¿Habrá algún medio <strong>de</strong> enmendar las<br />

torpezas sin riesgo y con dignidad? —se preguntó. Había subido los<br />

dos tramos <strong>de</strong> escalera apresuradamente y ahora ja<strong>de</strong>aba en el<br />

<strong>de</strong>scansillo.<br />

Pero —trató <strong>de</strong> tranquilizarse—¿por qué creer a Ignacio a ojos<br />

cerrados? No era cierto que la Chancillería únicamente emitiera<br />

verda<strong>de</strong>s comprobadas. La Chancillería se equivocaba como todo hijo<br />

<strong>de</strong> vecino y él iba a <strong>de</strong>mostrarlo.<br />

Con mano temblorosa abrió la puerta <strong>de</strong>l piso. La luz vacilante <strong>de</strong><br />

los candiles que llegaba al vestíbulo provenía <strong>de</strong>l dormitorio <strong>de</strong><br />

atrás. Las servillas <strong>de</strong> don Bernardo no hacían ruido al avanzar por<br />

el pasillo. Le iba alarmando cada vez más el creciente silencio <strong>de</strong> la<br />

casa, pero al asomarse al dormitorio <strong>de</strong> Petra Gregorio divisó a<br />

Miguel Zamora, el letrado, vistiéndose sobre la alfombra, las piernas<br />

inseguras al aire. La ropa <strong>de</strong> la cama estaba revuelta pero Petra no<br />

se encontraba allí. Miguel Zamora, con las calzas en la mano, se<br />

sobresaltó al verle, se sintió abochornado, en apariencia, más por<br />

haber sido sorprendido en paños menores que por su traición:<br />

—¿Qué hace aquí a estas horas vuesa merced?<br />

—¿Para eso te confié mi caballo, grandísimo hijo <strong>de</strong> puta?<br />

Miguel Zamora intentó meter la pierna por la calza <strong>de</strong>recha sin<br />

resultado. Dijo trastabillando:

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