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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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ondular <strong>de</strong> sus ca<strong>de</strong>ras. <strong>El</strong> niño la perseguía por todas partes. Des<strong>de</strong><br />

que se arrancó a andar pasaban tantas horas en el piso <strong>de</strong> las<br />

buhardillas, don<strong>de</strong> dormían, como en el principal. Esto aumentaba<br />

las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> encontrarse con su padre y, cada vez que esto<br />

ocurría, el niño se ocultaba tras la saya <strong>de</strong> la muchacha como si<br />

viese al diablo. <strong>El</strong>la le preguntaba luego en la cocina: ¿es que no<br />

quieres al papá? No, Mina; me da frío. Qué cosas dices. ¿Mucho frío?<br />

Y el pequeño confesaba que tanto como cuando se helaba la fuente<br />

<strong>de</strong>l Espolón y él se subía a ella para patinar.<br />

La atracción <strong>de</strong> la muchacha y el <strong>de</strong>sapego hacia su hijo acabaron<br />

barrenando la sensibilidad <strong>de</strong> don Bernardo. Andando el tiempo no<br />

encontró inteligente su comportamiento cuando Minervina perdió la<br />

leche. La noticia le <strong>de</strong>jó indiferente y actuó con blandura, no supo<br />

sacar partido <strong>de</strong> la situación. Se mostró excesivamente paternal y<br />

con<strong>de</strong>scendiente. Por eso ahora, cada vez que veía al niño ocultarse<br />

tras la saya <strong>de</strong> la muchacha, pensaba que <strong>de</strong>bía sentar su autoridad<br />

<strong>de</strong> padre y amo ante uno y otra. La chica se tomaba <strong>de</strong>masiadas<br />

atribuciones sobre el pequeño. Había que someterla a disciplina.<br />

Alimentado por su propio reconcomio, don Bernardo meditaba sobre<br />

la mejor <strong>de</strong>cisión a tomar. Cruel, como buen mujeriego tímido,<br />

soñaba con una solución quimérica que produjese dolor a la<br />

muchacha. Así, una mañana que la chica cambiaba el agua <strong>de</strong> las<br />

flores <strong>de</strong>l salón con el niño pegado a las sayas, adoptó una actitud<br />

grave para preguntarle si consi<strong>de</strong>raba uno <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>beres separar al<br />

niño <strong>de</strong> su padre. Minervina <strong>de</strong>jó el jarrón con las flores sobre la<br />

consola y se volvió sorprendida:<br />

—¿Qué quiere <strong>de</strong>cir vuesa merced? <strong>El</strong> niño siente afecto por quien le<br />

atien<strong>de</strong>. Es cosa natural.<br />

Don Bernardo carraspeó. Miró a la muchacha, que ocultaba al niño<br />

tras ella, con mirada adusta, autoritaria:<br />

—¿Por qué se aplica usted tanto en esta tarea atroz <strong>de</strong> distanciar a<br />

un hijo <strong>de</strong> su padre? Ciertamente las circunstancias en que este niño<br />

nació no fueron favorables para <strong>de</strong>spertar mi cariño hacia él. A su<br />

manera, él se <strong>de</strong>shizo <strong>de</strong> su madre. Pero un padre podría llegar a<br />

olvidarlo todo, si el hijo tratara <strong>de</strong> alguna manera <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarle su<br />

cariño. ¿Por qué ha <strong>de</strong> formar usted con el niño una pequeña<br />

conjura en contra mía?<br />

A Minervina, aunque no acababa <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l todo el<br />

parlamento <strong>de</strong>l señor Salcedo, se le nublaron los ojos <strong>de</strong> lágrimas. <strong>El</strong><br />

niño, cansado <strong>de</strong> la inmovilidad <strong>de</strong> la muchacha, se asomó por el<br />

bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la saya. Dijo la chica:

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