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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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espontáneo. Apenas había tenido relación con mujeres y la sencillez<br />

<strong>de</strong> “la Reina <strong>de</strong>l Páramo” le <strong>de</strong>sarmó.<br />

Incluso le agradó que esquilara ovejas a la intemperie <strong>de</strong>l mismo<br />

modo que las señoras burguesas hacían labores <strong>de</strong> punto en los<br />

salones. Él siempre había admirado las tareas prácticas y<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñado los pasatiempos, los tedios disimulados. Sentado en la<br />

cama, la miraba fijamente. Había cerrado los ojos y sus<br />

inspiraciones iban haciéndose más profundas y espaciadas. Se<br />

incorporó con cuidado y caminó <strong>de</strong> puntillas procurando posar los<br />

pies en los espacios alfombrados. Había encendido un candil y con él<br />

en la mano rebuscó entre los medicamentos <strong>de</strong>l botiquín. Escogió<br />

varios y con ellos preparó en la cocina un julepe. La tía Gabriela<br />

solía <strong>de</strong>cir que el julepe era uno <strong>de</strong> los remedios que nunca le habían<br />

<strong>de</strong>fraudado, no sólo se dormía profundamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomarlo<br />

sino que no <strong>de</strong>spertaba hasta bien entrada la mañana. Regresó al<br />

cuarto <strong>de</strong> Teo.<br />

Continuaba inmóvil, respirando regularmente. Se sentó a la<br />

cabecera <strong>de</strong> la cama y, por primera vez, reparó <strong>de</strong>solado en los<br />

<strong>de</strong>strozos <strong>de</strong> la habitación: el dosel rasgado, los cortinones<br />

arrancados, las dos almohadas con la lana fuera. ¿Qué podría<br />

<strong>de</strong>cirle a Crisanta? Pero ¿para qué <strong>de</strong>cirle nada si los criados, aún<br />

sin aparecer, habrían sido testigos <strong>de</strong>l paroxismo <strong>de</strong> su esposa? Teo<br />

empezó a inquietarse murmurando palabras ininteligibles.<br />

Abrió los ojos y los cerró sin llegar a verle. De pronto cambió <strong>de</strong><br />

postura, dio media vuelta y se colocó <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong>recho, encarándole.<br />

Empezó a mover la cabeza.<br />

Murmuró palabras confusas. Con mil precauciones, Cipriano cogió el<br />

vaso <strong>de</strong>l medicamento con la mano <strong>de</strong>recha y levantó la cabeza <strong>de</strong> su<br />

esposa tomándola <strong>de</strong>licadamente por el cuello con la izquierda:<br />

—Bebe —dijo imperativamente.<br />

Y ella bebió. Sentía sed. Bebió sin pausa, ávidamente, y con las<br />

últimas gotas se atragantó y sufrió un leve acceso <strong>de</strong> tos. En la<br />

ventana se había hecho <strong>de</strong> noche y la calle estaba en silencio.<br />

De espaldas al candil, Cipriano veía moverse la sombra <strong>de</strong> su cabeza<br />

sobre el blanco rostro <strong>de</strong> Teo.<br />

Aguantó sin moverse hasta las tres. Teo rebulló varias veces y cada<br />

vez que se movía cambiaba <strong>de</strong> postura. A veces farfullaba palabras a<br />

media voz, pero eran como cohetes follones, no llegaban a explotar.

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