El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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pegado a la muralla. Aquella mujer <strong>de</strong>jaba traslucir una gran<br />
dignidad que aumentaba cuando tomaba la palabra. Su actividad<br />
era pequeña y no podía ser <strong>de</strong> otra manera: en la ciudad dominaba<br />
un catolicismo rutinario, <strong>de</strong>cía, muy poco reflexivo y abierto. A<br />
cambio, sus cenáculos tenían fama por su altura y calidad. Por su<br />
casa habían pasado fray Pedro <strong>de</strong> Alcántara, fray Domingo <strong>de</strong> Rojas,<br />
Teresa <strong>de</strong> Cepeda y otra serie <strong>de</strong> personas eminentes. Cipriano la<br />
escuchaba con arrobo, recostado en la otomana, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> cojines<br />
como un sultán. También pasó por aquí, dijo la dama, el doctor<br />
Cazalla a poco <strong>de</strong> regresar <strong>de</strong> Alemania. Con motivo <strong>de</strong> su visita<br />
convocó a los hermanos <strong>de</strong> la provincia, el barbero <strong>de</strong> Piedrahíta,<br />
Luis <strong>de</strong> Frutos, el joyero Mercadal, <strong>de</strong> Peñaranda <strong>de</strong> Bracamonte, y a<br />
su sobrino Vicente Carretero. <strong>El</strong> Doctor escuchó a todos, uno por uno,<br />
y <strong>de</strong>jó buena memoria <strong>de</strong> su paso, aunque él, personalmente,<br />
marchara <strong>de</strong>cepcionado. Era una provincia difícil, áspera, dijo y<br />
doña Guiomar asintió. Cipriano Salcedo bebía ahora en las mismas<br />
fuentes, cambiaba impresiones con los mismos personajes, pero<br />
Luciano <strong>de</strong> Mercadal, el joyero, no se mostraba tan pesimista como<br />
doña Guiomar.<br />
Era cierto que Ávila, la capital, era muy tradicionalista, pero en<br />
Peñaranda y Piedrahíta había facciones en vías <strong>de</strong> organizarse y él<br />
estaba en ello. De momento, en Peñaranda, podía contarse con doña<br />
María Dolores Rebolledo, Mauro Rodríguez y don Rafael Velasco,<br />
como incondicionales, y en Piedrahíta con el carpintero Pedro<br />
Burgueño animador <strong>de</strong> una terna interesante.<br />
De ahí saltó Cipriano a Zamora, a Al<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l Palo. En el trayecto<br />
advirtió por primera vez en su caballo “Relámpago” unos repentinos<br />
<strong>de</strong>sfallecimientos que le preocuparon. <strong>El</strong> animal no había conocido<br />
enfermedad y estas manifestaciones parecían graves. De pronto<br />
había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ser el corcel infatigable, capaz <strong>de</strong> hacerse <strong>de</strong> una<br />
tirada y al galope el trayecto Valladolid—Pedrosa. Ahora había que<br />
conce<strong>de</strong>rle treguas, al paso o al trote corto. Pero estos<br />
<strong>de</strong>sfallecimientos súbitos que evi<strong>de</strong>nciaba ahora, seguidos <strong>de</strong><br />
ruidosos ahogos asmáticos, constituían algo nuevo que evi<strong>de</strong>nciaba<br />
que “Relámpago” había envejecido, no era ya caballo para una<br />
prisa, en el que po<strong>de</strong>r confiar. Consultaría a su regreso con Aniano<br />
Domingo, el tratante <strong>de</strong> Rioseco, muy entendido en caballerías. De<br />
momento le palmeó el cuello y se dio cuenta <strong>de</strong> que el animal sudaba<br />
copiosamente. Así y todo llegó a tiempo a la reunión <strong>de</strong> Pedro Sotelo,<br />
en cuya casa tenía el proselitista Cristóbal <strong>de</strong> Padilla no sólo un<br />
refugio seguro sino un lugar apropiado para la celebración <strong>de</strong><br />
cenáculos. Sotelo era hombre pigre, <strong>de</strong> gruesos carrillos,<br />
barbilampiño. Con Padilla formaba una pareja cómica: aquél con su<br />
trasero <strong>de</strong>smedido, bajo, barrigudo y Padilla con sus melenas rojas,