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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Don Carlos le informó que lo había adquirido en Granada y tenía<br />

más <strong>de</strong> la mitad <strong>de</strong> sangre árabe.<br />

Cipriano encontró a su mujer al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> una nueva crisis. Des<strong>de</strong> que<br />

<strong>de</strong>jó <strong>de</strong> representar para él un refugio y un incentivo carnal, Salcedo<br />

sólo aspiraba a una cosa:<br />

que le <strong>de</strong>jase en paz. No creía en las palabras <strong>de</strong>l doctor Galache ni<br />

en los plazos que Teo observaba con rigurosa exactitud aunque<br />

fingiera hacerlo para mantener la paz conyugal. De ahí que en cada<br />

una <strong>de</strong> sus salidas, una bolsita con escorias <strong>de</strong> plata y acero, que su<br />

esposa le preparaba, formara parte <strong>de</strong> su equipaje.<br />

In<strong>de</strong>fectiblemente la bolsita volvía intacta pero ella no lo advertía.<br />

Creía que Cipriano vivía las instrucciones <strong>de</strong>l doctor con el mismo<br />

convencimiento con que ella lo hacía. De esta manera el matrimonio<br />

iba sobreviviendo, mas, esta vez, el regreso fue <strong>de</strong>solador. Teodomira<br />

no salió a recibirle al vestíbulo. La encontró en su cuarto, en pleno<br />

ensimismamiento, mirando por la ventana sin ver.<br />

Maquinalmente le <strong>de</strong>volvió el beso que le dio en la mejilla, pero <strong>de</strong><br />

una manera tan fría que Cipriano se preguntó qué novedad le<br />

esperaría esta mañana. Unas veces había sido “Obstinado”, otras<br />

sus menosprecios, otras, en fin, su infecundidad, pero era evi<strong>de</strong>nte<br />

que su enajenación quería <strong>de</strong>cir algo. Le acompañó a la habitación<br />

para <strong>de</strong>svestirse. Cipriano aún no se había acostumbrado a los<br />

nuevos tapices, los cortinones, el dosel... Le abrumaban. Pero,<br />

inopinadamente, Teo se pronunció con acento dominante:<br />

—Digo Cipriano que esta costumbre <strong>de</strong> dormir juntos, en una misma<br />

cama, es una porquería.<br />

—¿Una porquería? Es lo que suelen hacer los matrimonios, ¿no?<br />

<strong>El</strong>la se iba enar<strong>de</strong>ciendo poco a poco.<br />

—¿De veras te parece normal que pasemos nueve <strong>de</strong> las veinticuatro<br />

horas <strong>de</strong>l día intercambiando nuestros efluvios, nuestros alientos,<br />

oliéndonos <strong>de</strong> continuo el uno al otro como dos perros?<br />

—Bueno —convino su marido sobre la marcha—: quizá tengas razón.<br />

Tal vez <strong>de</strong>bamos poner otra cama aquí.<br />

La gran figura <strong>de</strong> Teo se <strong>de</strong>splazaba con ligereza <strong>de</strong> un lugar a otro<br />

<strong>de</strong> la estancia. Agarró una <strong>de</strong> las columnas <strong>de</strong>l lecho y la sacudió<br />

con fuerza. Tembló el dosel arriba:

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