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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Le miraba implorante <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el suelo pero don Bernardo no se<br />

ablandó; estaba <strong>de</strong>masiado resentido:<br />

—Escúchame, María <strong>de</strong> las Casas —advirtió—. Si el día <strong>de</strong> mañana,<br />

y Dios no lo quiera, me agarro una sífilis por tu culpa, mandaría<br />

apalearte hasta reventar y luego te metería en la cárcel hasta que te<br />

pudras. Tengo un hermano en Chancillería, no lo olvi<strong>de</strong>s. Pue<strong>de</strong>s<br />

marcharte.<br />

__________________________<br />

__________________________<br />

V<br />

La joven Minervina, sin saberlo, se mostraba conforme con el Sínodo<br />

<strong>de</strong> Alcalá <strong>de</strong> Henares <strong>de</strong> 1480 y consi<strong>de</strong>raba que la catequesis y la<br />

escuela eran una misma cosa. Su madre, en Santovenia, veinte años<br />

antes, entendía, asimismo, que valía tanto apren<strong>de</strong>r a leer y escribir<br />

como adoctrinarse.<br />

A ello colaboró el bondadoso párroco don Nicasio Celemín que cada<br />

día, a las once <strong>de</strong> la mañana, hacía sonar la campana en el pueblo<br />

con una intención ambigua que cada vecino interpretaba a su<br />

manera: ya tocan para la escuela, <strong>de</strong>cían unos, mientras otros, más<br />

píos, al escuchar los tañidos, daban obra explicación: don Nicasio<br />

está llamando a la doctrina, aviva; son las segundas. En cualquier<br />

caso, los vecinos <strong>de</strong> Santovenia, a principios <strong>de</strong> siglo, i<strong>de</strong>ntificaban<br />

instrucción y adoctrinamiento y <strong>de</strong> ahí salió una generación, <strong>de</strong> la<br />

que formaba parte Minervina, para la que hablar con Dios y<br />

apren<strong>de</strong>r eran la misma cosa. Tan arraigada tenía esta i<strong>de</strong>ntidad la<br />

muchacha que, antes <strong>de</strong> que Cipriano cumpliera siete años, ya<br />

<strong>de</strong>dicaba una hora <strong>de</strong> la mañana a la formación religiosa <strong>de</strong>l<br />

pequeño. En principio, el niño aceptó la novedad como un<br />

pasatiempo. Encerrados en la buhardilla don<strong>de</strong> Cipriano dormía,<br />

ante la mesita que se extendía bajo la claraboya, Minervina le<br />

aleccionaba. Lo primero fue enseñarle a signarse y santiguarse,<br />

signos religiosos que a Minervina se le atragantaron veinte años<br />

atrás pero que para Cipriano no representaron ninguna dificultad:<br />

—Haces así y así y con los <strong>de</strong>dos marcas los palos <strong>de</strong> la cruz ¿te das<br />

cuenta?

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