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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>de</strong>l techo. Cipriano temía más los preparativos <strong>de</strong>l suplicio que el<br />

suplicio mismo. Ante la vida había temido siempre más al amago<br />

que a la realidad por muy cruel y exigente que ésta fuera. Pero<br />

cuando el verdugo le ató las muñecas a la polea, le izó y le <strong>de</strong>jó<br />

suspendido en el aire, tuvo el convencimiento <strong>de</strong> que, en su caso, la<br />

garrucha resultaría ineficaz. Le habían <strong>de</strong>snudado <strong>de</strong> la cintura<br />

para arriba y el inquisidor hizo un sorprendido comentario sobre la<br />

<strong>de</strong>sproporcionada musculatura <strong>de</strong>l reo. <strong>El</strong> objetivo <strong>de</strong> la garrucha<br />

era <strong>de</strong>sarticular al torturado en virtud <strong>de</strong> su propio peso, pero el<br />

verdugo no contaba con que el cuerpo <strong>de</strong> Cipriano era liviano, y<br />

nervudas sus extremida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> modo que la suspensión, al ser capaz<br />

<strong>de</strong> flexionar fácilmente sus brazos, no produjo efecto alguno. <strong>El</strong><br />

verdugo consultó al inquisidor con la mirada y éste señaló la gran<br />

pesa que había en el suelo y que el verdugo ató a sus pies sin<br />

<strong>de</strong>mora. Tornó luego a suspen<strong>de</strong>rlo en el vacío <strong>de</strong> manera que<br />

Cipriano flotó en el aire, los brazos flexionados, como un atleta en<br />

las poleas, penduleando, la pesa inútil amarrada a sus pies. <strong>El</strong><br />

inquisidor sentía frío y torcía la boca; experimentaba una rara<br />

frustración:<br />

—<strong>El</strong> potro —dijo lacónicamente.<br />

<strong>El</strong> verdugo le <strong>de</strong>sató <strong>de</strong> la garrucha y le ató por las cuatro<br />

extremida<strong>de</strong>s a una especie <strong>de</strong> bastidor, don<strong>de</strong> cuatro tambores <strong>de</strong><br />

hierro permitían, girándolos, tensar a voluntad el cuerpo <strong>de</strong>l<br />

torturado.<br />

Durante las primeras vueltas Cipriano casi sintió placer. Aquel<br />

aparato le ayudaba a estirar sus miembros y, <strong>de</strong> este modo, salía <strong>de</strong>l<br />

agarrotamiento en que había vivido los últimos meses. Pero el<br />

verdugo, que no buscaba su placer, seguía girando el husillo hasta<br />

que el estiramiento <strong>de</strong> brazos y piernas alcanzó un punto doloroso.<br />

En ese momento, el inquisidor interrumpió la tortura:<br />

—Por última vez —dijo— ¿pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme vuesa merced quién le<br />

convirtió a la maldita secta <strong>de</strong> Lutero?<br />

Cipriano guardó silencio. Aún lo repitió otra vez el inquisidor, pero,<br />

en vista <strong>de</strong> su mutismo, hizo un leve gesto con la cabeza al verdugo.<br />

<strong>El</strong> hombre <strong>de</strong> la loba se aproximó al torturado, mientras el verdugo<br />

daba vueltas a los husillos, atirantaba el cuerpo <strong>de</strong>l reo.<br />

La única ventaja <strong>de</strong> esta forma <strong>de</strong> tortura, pensó Cipriano, era la<br />

manera paulatina en que se entraba en él, <strong>de</strong> forma que entre cada<br />

vuelta <strong>de</strong> tambor se producía en el cuerpo una especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso,

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