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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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tuvieran que purgar algo. Esto significa que me <strong>de</strong>sdigo <strong>de</strong> lo que<br />

dije, que existía el purgatorio. Tengo fe y creo en lo mismo que<br />

creyeron los apóstoles, y en la Iglesia católica, verda<strong>de</strong>ra esposa <strong>de</strong><br />

Nuestro Señor Jesucristo, y en la palabra <strong>de</strong> ésta que son las<br />

Sagradas Escrituras|.<br />

Cipriano leyó tres veces la breve confesión <strong>de</strong> don Carlos <strong>de</strong> Seso.<br />

Recordó las razones que en su día le dio en Pedrosa para <strong>de</strong>mostrar<br />

que no había purgatorio y cómo él las había aceptado sin disputa.<br />

Ahora miró a fray Domingo tendido en su camastro y le dijo con voz<br />

apagada:<br />

—Don Carlos <strong>de</strong> Seso ha sido con<strong>de</strong>nado a la hoguera.<br />

Pero los acontecimientos se enca<strong>de</strong>naban en una noria sin fin,<br />

mientras los martillazos <strong>de</strong> la plaza atronaban en un sordo<br />

tamborileo. A la mañana siguiente, el alcai<strong>de</strong> en persona anunció<br />

una visita para Salcedo, pero Cipriano ya no podía andar, era<br />

incapaz <strong>de</strong> moverse. Sus articulaciones parecían haber criado<br />

herrumbre. Le trajeron una palangana <strong>de</strong> agua tibia con sal, le<br />

quitaron los grilletes y le hicieron lavar los pies. No obstante,<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los tobillos tenía dos llagas en carne viva y las<br />

pantorrillas hinchadas. Dando tumbos siguió al alcai<strong>de</strong>, apoyado en<br />

el brazo <strong>de</strong>l carcelero. Se ban<strong>de</strong>aban como dos bueyes uncidos. La<br />

luz <strong>de</strong> la escalera le <strong>de</strong>slumbró, sintió como un cuerpo extraño<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los ojos.<br />

Los cerró y se <strong>de</strong>jó conducir. Los pies, sin el lastre habitual, se le<br />

escapaban, pero las piernas embotadas no aguantaban su peso.<br />

Entreabrió los ojos cuando el carcelero se <strong>de</strong>tuvo y, al oír el golpe <strong>de</strong><br />

la puerta, levantó la cabeza y miró por la estrecha rendija que<br />

<strong>de</strong>jaban sus párpados tumefactos. <strong>El</strong> tío Ignacio le miraba incrédulo,<br />

afligido, al tomarle <strong>de</strong> las dos manos.<br />

Se le notaba con prisas <strong>de</strong> hablar, <strong>de</strong> no callar ni un segundo para<br />

evitar que Cipriano le interrogara:<br />

—Esos ojos no han mejorado, Cipriano. ¿Por qué no avisaste al<br />

médico?<br />

—Es por la oscuridad, tío, la humedad y el frío. Los párpados están<br />

inflamados, es como si tuviera tierra <strong>de</strong>ntro.<br />

—Hay que curarlos —insistió el tío Ignacio—. En la cárcel hay dos<br />

médicos. Están para eso.

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