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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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pellejeros, curtidores, costureras y acemileros estaban satisfechos<br />

con los nuevos contratos.<br />

Cambió <strong>de</strong> conversación <strong>de</strong> improviso para <strong>de</strong>cirle que la regla<br />

penitenciaria no imponía los andrajos como uniforme y que por el<br />

alcai<strong>de</strong> le enviaría también ropa nueva. A Cipriano le emocionaba su<br />

preocupación. Intentó darle las gracias pero su voz se quebró y sus<br />

ojos se llenaron <strong>de</strong> agua. Deseaba pedirle perdón antes <strong>de</strong> que se<br />

marchara, convencerle <strong>de</strong> su buena fe al unirse a la secta, pero<br />

cuando abrió la boca apenas se le entendió una palabra: “religión”.<br />

Al oírla su tío extendió el brazo y le puso una mano efusiva en el<br />

hombro:<br />

—Ése es el rincón más íntimo <strong>de</strong>l alma —dijo—. Obra en conciencia y<br />

no te preocupes <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>más.<br />

Con esa medida seremos juzgados.<br />

De nuevo en su celda, la visita <strong>de</strong> su tío le <strong>de</strong>jó una sensación <strong>de</strong><br />

irrealidad, como <strong>de</strong> algo ensoñado.<br />

No obstante, la llegada <strong>de</strong> ropa interior, un jubón, un sayo, unas<br />

calzas y el remedio para los ojos, le convenció <strong>de</strong> que su tío era algo<br />

real y tangible, como lo eran los visillos <strong>de</strong> la ventana, las cortinas,<br />

el pañito <strong>de</strong> encaje <strong>de</strong> la sala, o el cuadro <strong>de</strong> la Asunción.<br />

Esa misma tar<strong>de</strong>, Dato le entregó disimuladamente otro papel<br />

plegado. Al <strong>de</strong>sdoblarlo experimentó un almadiamiento y hubo <strong>de</strong><br />

sentarse en la banqueta para afirmar las piernas. Era un extracto<br />

<strong>de</strong> la confesión <strong>de</strong> Ana Enríquez ante el Tribunal <strong>de</strong>l Santo Oficio.<br />

Mientras leía, le era fácil adivinar su sufrimiento, el mar <strong>de</strong> dudas<br />

en que durante meses se habría <strong>de</strong>batido aquella niña:<br />

|Vine a esta villa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Toro para la Conversión <strong>de</strong> San Pablo —<br />

<strong>de</strong>cía aquel informe— y conocí a Beatriz Cazalla que me habló <strong>de</strong><br />

nuestra salvación, <strong>de</strong> que ésta se produciría por los solos méritos <strong>de</strong><br />

Cristo, que toda mi vida pasada era cosa perdida porque las obras,<br />

por sí mismas, para nada servían. Y yo entonces le dije:<br />

—|¿Qué es eso que dicen que hay herejes?|.<br />

Y ella contestó:<br />

—|La Iglesia y los santos lo son|.<br />

Y, entonces, yo dije:<br />

—|¿Y el papa?|.<br />

Y ella me dijo:

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