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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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preguntado nada pero sigue los consejos <strong>de</strong> éstos y revienta <strong>de</strong><br />

indignación.<br />

La misma noche, la turba, ignorante y enar<strong>de</strong>cida, quemó las casas<br />

<strong>de</strong> los regidores que habían aprobado los subsidios al Rey. Fue noche<br />

<strong>de</strong> mucho ruido y confusión.<br />

Don Bernardo había bajado a la calle a tiempo <strong>de</strong> ver ar<strong>de</strong>r la<br />

mansión <strong>de</strong> don Rodrigo Postigo y a éste escapar por la trasera, a<br />

caballo reventado, arrancando chispas <strong>de</strong> los adoquines. De<br />

madrugada se presentaron en su casa su hermano Ignacio, Miguel<br />

Zamora y otros letrados a pedirle sus caballos para el encuentro<br />

inminente. <strong>El</strong> con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Benavente estaba enconado con los pueblos<br />

<strong>de</strong> Cigales y Fuensaldaña y se temía un enfrentamiento. Don<br />

Bernardo vacilaba, se hacía el roncero. ¿Por qué meter a “Lucero”,<br />

su noble bruto, en estos berenjenales? Hay que hacer algo, Bernardo,<br />

cualquier cosa antes que permitir que nos atropellen. Don Bernardo,<br />

un tanto avergonzado <strong>de</strong> su amilanamiento, cedió al fin, que se los<br />

llevasen.<br />

”Lucero” regresó sano al atar<strong>de</strong>cer, pero “Valiente” quedó muerto<br />

entre las cepas <strong>de</strong> Cigales. Ignacio traía a la grupa <strong>de</strong> “Lucero” a<br />

Miguel Zamora y ambos subieron a la casa <strong>de</strong> Bernardo y bebieron<br />

unas tazas <strong>de</strong> Rueda para entonarse. Había sido imposible contener<br />

al pueblo que lo único que había entendido fueron las amenazas <strong>de</strong>l<br />

con<strong>de</strong> <strong>de</strong> Benavente. Nada habían importado su rango, su fortuna ni<br />

su autoridad. Su castillo <strong>de</strong> Cigales había sido asaltado por las<br />

turbas y saqueado. Los cuadros, las ropas, los valiosos muebles,<br />

quemados en el ejido por la multitud encolerizada. En las afueras<br />

hubo un intercambio <strong>de</strong> disparos con una tropilla <strong>de</strong>l Car<strong>de</strong>nal y<br />

“Valiente”, haciendo honor a su nombre, había caído en la<br />

contienda.<br />

Don Bernardo oía estas historias, que tan <strong>de</strong> cerca le tocaban,<br />

sobrecogido. No era hombre bizarro y las soflamas, lejos <strong>de</strong><br />

enar<strong>de</strong>cerle, le <strong>de</strong>primían. Al día siguiente daba cuenta a Petra<br />

Gregorio <strong>de</strong> las últimas noveda<strong>de</strong>s. En los momentos <strong>de</strong>cisivos, como<br />

el <strong>de</strong>l asalto al castillo, la chica aplaudía como si asistiera a una<br />

pelea entre buenos y malos. <strong>El</strong>la se pronunciaba siempre contra los<br />

flamencos.<br />

Bernardo, sorprendido, le preguntaba qué tenía contra ellos. Quieren<br />

mandar aquí, eso lo saben hasta las piedras, <strong>de</strong>cía. Resultaba poco<br />

edificante que la Petra Gregorio hablase <strong>de</strong> estos temas<br />

fundamentales con los pechos <strong>de</strong>snudos, apenas cubiertos por el<br />

collar <strong>de</strong> cuentas <strong>de</strong> leche, fabricado con ámbar y piedra galactita,

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