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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Comisionados para que informaran <strong>de</strong> la salud <strong>de</strong> la villa y <strong>de</strong> los<br />

pueblos próximos y echó mano <strong>de</strong> los dineros <strong>de</strong> las sisas <strong>de</strong>l vino y<br />

<strong>de</strong>l pan para organizar la <strong>de</strong>fensa contra la enfermedad. Publicó<br />

<strong>de</strong>spués un bando que los pregoneros divulgaron exigiendo limpieza<br />

en las calles, prohibiendo comer melones, calabazas y pepinos,<br />

|fácilmente impregnados por exhalaciones malignas|, y<br />

organizando la atención médica, botica y alimentos para los pobres,<br />

puesto que el hambre facilitaba el contagio <strong>de</strong> la enfermedad. En<br />

cambio los ricos se apresuraban a recoger sus enseres y objetos<br />

preciados y, por las noches, abandonaban furtivamente la villa en<br />

sus carruajes para instalarse en el campo, en sus casas <strong>de</strong> placer,<br />

junto a los ríos, en espera <strong>de</strong> que la epi<strong>de</strong>mia cediera. La peste<br />

había llegado <strong>de</strong> nuevo. La ciudad se organizaba para un largo<br />

asedio y un breve <strong>de</strong>l papa Clemente VII ponía fin “sine die” a la<br />

famosa Conferencia tras varios meses <strong>de</strong> <strong>de</strong>bates. Al propio tiempo<br />

la Corte se trasladó a Palencia y la Chancillería a Olmedo. Sin<br />

embargo, los casos <strong>de</strong> pestilencia, en principio, eran pocos en la<br />

villa: seis muertos, y la Junta <strong>de</strong> Comisionados, para no sembrar la<br />

alarma, hizo saber que seis muertos <strong>de</strong> peste |era cosa <strong>de</strong> burla| y<br />

que la epi<strong>de</strong>mia <strong>de</strong>bía ser algo distinto puesto que |la peste mataba<br />

a muchos|. Otros recordaban la abundancia <strong>de</strong> casos <strong>de</strong> sarampión<br />

en la última quincena y <strong>de</strong> este hecho sacaban los ciudadanos sus<br />

conclusiones: no era peste sino sarampión lo que pa<strong>de</strong>cían, aunque<br />

el sarampión actuaba siempre como heraldo <strong>de</strong> la peste.<br />

Lo cierto era que el mal avanzaba y la enfermedad se extendía muy<br />

<strong>de</strong>prisa. Los médicos eran insuficientes para aten<strong>de</strong>r tantos<br />

apestados y los curas para facilitarles atención espiritual. Los<br />

muertos, amontonados en carretas, eran conducidos a los atrios <strong>de</strong><br />

los templos para ser enterrados. <strong>El</strong> Concejo abrió en la ribera<br />

<strong>de</strong>recha <strong>de</strong>l Pisuerga cuatro nuevos hospitales, dos <strong>de</strong> ellos, el <strong>de</strong><br />

San Lázaro y el <strong>de</strong> los Desamparados, para enfermos graves, y<br />

movilizó las fuerzas activas, entre ellas a los colegiales <strong>de</strong> los<br />

Expósitos.<br />

Eran casi niños, apenas adolescentes, pero su orfandad les ponía a<br />

cubierto <strong>de</strong> toda reclamación familiar. Fue en los días más duros <strong>de</strong><br />

la epi<strong>de</strong>mia cuando los colegiales cumplieron sus tareas más<br />

abnegadas, enterrando muertos, trasladando enfermos, vigilando el<br />

aislamiento <strong>de</strong> la villa, estableciendo controles en los puentes y<br />

clausurando edificios don<strong>de</strong> los apestados eran muchos. Los propios<br />

colegiales clavaban tablas para con<strong>de</strong>nar puertas <strong>de</strong> las casas<br />

infectadas y Cipriano se especializó en la <strong>de</strong>licada tarea <strong>de</strong> separar<br />

las tejas <strong>de</strong> los tejados, para dar <strong>de</strong> comer a los emparedados. Con<br />

el carro <strong>de</strong>l colegio, tirado por “Blas”, el borrico rezno, Cipriano se<br />

<strong>de</strong>splazaba <strong>de</strong> un lugar a otro, repartía bolsas <strong>de</strong> comida entre los

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