El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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Le sorprendió el recibimiento <strong>de</strong> Teo, sus mejillas tensas, el griterío,<br />
las lágrimas, la brusquedad <strong>de</strong> sus a<strong>de</strong>manes. Las cosas se<br />
<strong>de</strong>sarrollaron en un proceso opresivo, un increscendo que pasó por<br />
varias fases, <strong>de</strong> acuerdo con el grado <strong>de</strong> excitación <strong>de</strong> su esposa.<br />
Al principio no acababa <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>rla, farfullaba parrafadas<br />
inconexas, palabras mezcladas, frases incoherentes. No la entendía,<br />
o mejor dicho, Teo no ponía interés en que la entendiera. Se habían<br />
refugiado en el dormitorio, pero ella permanecía <strong>de</strong> pie, iba y venía,<br />
articulaba palabras in<strong>de</strong>scifrables y, entre ellas, alguna que tenía<br />
algún sentido para Cipriano:<br />
escorias, olvido, última oportunidad. Le estaba echando en cara algo<br />
pero no acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>finirlo.<br />
Paso a paso, como en una lenta labor <strong>de</strong> aprendizaje, Teo empezó a<br />
unir una palabra con otra, concretando un poco su discurso. Sus<br />
ojos eran duros, como el vidrio, aún humanos, aunque su mirada no<br />
encerrara ni chispa <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z.<br />
Pero las palabras, al juntarse, se hacían expresivas, hablaban <strong>de</strong>l<br />
olvido <strong>de</strong> las escorias <strong>de</strong> plata y acero, <strong>de</strong> su indiferencia hacia el<br />
tratamiento <strong>de</strong>l doctor, <strong>de</strong> la flaci<strong>de</strong>z <strong>de</strong> “la cosita”, <strong>de</strong> sus esfuerzos<br />
inútiles ante su pasividad.<br />
Todavía lo hacía sin violencia, como intentando razonar y Cipriano<br />
iba uniendo una frase con otra, reconstruyendo su pensamiento<br />
como en un rompecabezas. Hasta que llegó un momento en que todo<br />
se presentó claro ante sus ojos: Teo había omitido incluir la bolsita<br />
con escorias <strong>de</strong> plata y acero en su equipaje, tal vez por olvido<br />
involuntario, tal vez, lo que parecía más probable, para someterlo a<br />
prueba. A su regreso le faltó tiempo para registrar el fardillo y<br />
comprobar que no había comprado otras. Cipriano, pues, llevaba<br />
cuatro días sin medicinarse. Había interrumpido <strong>de</strong>liberadamente el<br />
régimen <strong>de</strong>l doctor Galache. Sus palabras se iban convirtiendo ahora<br />
en una especie <strong>de</strong> lamento, <strong>de</strong> maullidos apesadumbrados, pero<br />
todavía comprensibles. Había <strong>de</strong>jado sin efecto cuatro años <strong>de</strong><br />
medicación y ella no tenía ya ni edad ni humor para comenzar <strong>de</strong><br />
nuevo. Cipriano se esforzó por evitar el <strong>de</strong>sbordamiento, por<br />
mantener el <strong>de</strong>sencanto <strong>de</strong> su esposa <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> unos límites<br />
razonables: nada <strong>de</strong> lo ocurrido era esencial, una pausa <strong>de</strong> cuatro<br />
días no era significativa en un tratamiento tan prolongado. Lo<br />
reanudarían con más fe, con mayor rigor, dos tomas diarias en<br />
lugar <strong>de</strong> una, lo que Teo quisiera, pero ella cubría sus<br />
razonamientos con sus voces. No había vivido para otra cosa que<br />
para tener un hijo pero ya no lo conseguiría por su culpa. Se había