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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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nadie. En lo que ellos pelan una oveja, ella pela dos. Yo la llamo por<br />

eso “la Reina <strong>de</strong>l Páramo”.<br />

La llanura sin fin, apenas amueblada por cuatro carrascos y los<br />

majanos alineados como hitos, se extendía ante los ojos<br />

sorprendidos <strong>de</strong> Salcedo.<br />

—<strong>El</strong> Páramo, por lo general, da poca yerba pero buena, aunque en<br />

ciertas zonas es un sequedal.<br />

Ve ahí. Para roturar dos hazas ha habido que hacer antes un<br />

monumento.<br />

Señalaba con el cayado el majano más próximo con pedruscos <strong>de</strong><br />

hasta diez libras. Tres ovejas se <strong>de</strong>smandaron y don Segundo or<strong>de</strong>nó<br />

con un a<strong>de</strong>mán a los mastines, que sesteaban a sus pies, que las<br />

reintegraran al rebaño. Don Segundo había guardado la liebre en el<br />

zurrón y Salcedo intentó <strong>de</strong> nuevo cuadrarle, hablándole <strong>de</strong> los<br />

moriscos <strong>de</strong> Segovia, pero don Segundo se <strong>de</strong>sentendió <strong>de</strong>l tema. Al<br />

cabo <strong>de</strong> un rato, sin embargo, afirmó que los moriscos eran gente<br />

laboriosa y sacrificada y él estaba muy satisfecho con ellos, que<br />

cobraban menos que otros porteadores y, por si fuera poco, las<br />

reatas <strong>de</strong> acémilas corrían <strong>de</strong> su cuenta. Así es que su lana estaba<br />

comprometida. Los Maluenda <strong>de</strong> Burgos, que recogían prácticamente<br />

toda la <strong>de</strong> Castilla, tendrían que quedarse sin la <strong>de</strong> Segundo<br />

Centeno. En cambio, sí le ofrecía para sus zamarros pieles <strong>de</strong> conejo,<br />

miles <strong>de</strong> pieles. Porque vuesa merced, dijo, forrará zamarros con<br />

toda clase <strong>de</strong> bichos pero al conejo lo tiene olvidado.<br />

—Es <strong>de</strong>masiado ordinario el conejo —replicó sinceramente Salcedo—<br />

. Aquí en Castilla, tal vez por su abundancia, es poco apreciado.<br />

Don Segundo reunió el rebaño y, con ayuda <strong>de</strong> los perros, fue<br />

entrizándolo insensiblemente hacia el monte. A uno <strong>de</strong> los mastines<br />

le llamó a voces “Lucifer”. No simpatizaba con él; le lanzaba piedras<br />

e improperios.<br />

—Porque vuesa merced —dijo <strong>de</strong> pronto— fabrica zamarros para<br />

gentes encopetadas <strong>de</strong> ciudad, pero <strong>de</strong>bería pensar un poco en los<br />

gañanes <strong>de</strong>l Páramo. Para ésos ya están los cor<strong>de</strong>ros, dirá usted,<br />

pero es que el conejo le saldría más económico y tal vez más<br />

abrigado.<br />

<strong>El</strong> sol se ponía en la llanura como en el mar. Se <strong>de</strong>splomaba sobre la<br />

línea <strong>de</strong>l horizonte y éste empezaba a roerle por la base, en un<br />

crepúsculo incendiado, hasta terminar <strong>de</strong>vorándolo. Las nubes,

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