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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Aquí en La Manga, hay millones <strong>de</strong> ellos. Y si dispone vuesa merced<br />

<strong>de</strong> una buena camada <strong>de</strong> hurones, en cuatro días pue<strong>de</strong> armar un<br />

estropicio.<br />

Habían llegado al calvero y don Segundo distribuyó el ganado en las<br />

teleras. En otros apriscos, <strong>de</strong> la parte <strong>de</strong> Wamba y Peñaflor,<br />

pernoctaban al aire libre los meses calurosos otros rebaños.<br />

Cumplido el encierro, los mastines se encaminaron cachazudamente<br />

al corral, en una <strong>de</strong> cuyas ventanas, sin duda la cocina, temblaba<br />

una luz. En la puerta <strong>de</strong> la fachada crecía un emparrado <strong>de</strong>l que<br />

pendían racimos en agraz.<br />

—Pase un rato vuesa merced.<br />

<strong>El</strong> mobiliario <strong>de</strong> la casa era <strong>de</strong> una austeridad conventual. Apenas<br />

una gran mesa <strong>de</strong> pino en la sala, dos escañiles, unas butacas <strong>de</strong><br />

mimbre, una alacena y, a los lados, los consabidos lebrillos. Pero<br />

Salcedo no tenía tiempo para sentarse. Los bogales borraban el<br />

camino y era fácil per<strong>de</strong>rse: tenía que aprovechar la última luz.<br />

Volvería otro día para seguir conversando. ¿Un jueves? De acuerdo,<br />

lo haría un jueves. ¿Una merienda?<br />

Agra<strong>de</strong>cería esa atención a “la Reina <strong>de</strong>l Páramo”. Él, don Segundo,<br />

le enseñaría a<strong>de</strong>más cómo cazar cuarenta conejos en una hora.<br />

Si me envía un correo a tiempo tendrá ocasión <strong>de</strong> ver al señor<br />

Avelino, el bichero <strong>de</strong> Peñaflor, metido en faena. Y a lo mejor se<br />

encapricha usted con el conejo para los zamarros y armamos una<br />

comandita, ¿no le parece?<br />

Cipriano Salcedo se disponía a salir cuando entró en la sala “la<br />

Reina <strong>de</strong>l Páramo”, una muchacha alta, pelirroja, fuerte, vestida al<br />

uso <strong>de</strong> las campesinas <strong>de</strong> la región:<br />

saya corta con faldilla <strong>de</strong>bajo y mangas con papos a la moda<br />

antigua.<br />

Hacía ruido al andar con las galochas que calzaba. A don Segundo<br />

Centeno se le avivó el semblante:<br />

aquí tiene vuesa merced a mi hija Teodomira, “la Reina <strong>de</strong>l Páramo”<br />

por mejor nombre —dijo. <strong>El</strong>la no se alteró. Saludó escuetamente. La<br />

llama <strong>de</strong> la lámpara iluminaba su rostro, un rostro excesivamente<br />

gran<strong>de</strong> para el tamaño <strong>de</strong> sus facciones. Pero lo que más sorprendió<br />

a Salcedo fue la pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su carne, especialmente extraña en una<br />

mujer campesina; un rostro blanco, no cerúleo, sino <strong>de</strong> mármol como

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