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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Seguramente soñaba. Cuando Cipriano se levantó parecía tranquila,<br />

su respiración acompasada, pero, a pesar <strong>de</strong> todo, <strong>de</strong>jó abierta la<br />

puerta <strong>de</strong>l falsete y la <strong>de</strong>l trastero don<strong>de</strong> dormía. Se <strong>de</strong>snudó a la<br />

luz <strong>de</strong> la lámpara y, ya en la cama, tomó uno <strong>de</strong> los ejemplares <strong>de</strong><br />

“<strong>El</strong> beneficio <strong>de</strong> Cristo”, don<strong>de</strong> solía refugiarse en momentos <strong>de</strong><br />

tribulación. Sin darse cuenta le fue asaltando el sueño y el libro<br />

cayó <strong>de</strong> sus manos. Fue un instante o se lo pareció. Le <strong>de</strong>spertó el<br />

golpe <strong>de</strong>l cajón <strong>de</strong>l armario <strong>de</strong> Teo al cerrarse bruscamente, una<br />

especie <strong>de</strong> grito inarticulado y la silueta voluminosa <strong>de</strong> su mujer en<br />

el marco <strong>de</strong> la puerta.<br />

Seguía vestida con la saya rota tal como se había quedado dormida<br />

y en su mano <strong>de</strong>recha levantada portaba ahora la tijera gran<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

esquilar. Cipriano trató <strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerla, quiso <strong>de</strong>cirle algo, pero<br />

únicamente se oyó la apremiante amenaza <strong>de</strong> Teo irrumpiendo en el<br />

trastero:<br />

—¡Voy a esquilar tu maldito cuerpo <strong>de</strong> mono! —chilló.<br />

Cipriano adoptó la precaución <strong>de</strong> apoyar la espalda en la cabecera<br />

<strong>de</strong> la cama y encogió las piernas, <strong>de</strong> modo que, cuando Teo se<br />

abalanzó sobre él, estiró las rodillas y la <strong>de</strong>tuvo momentáneamente<br />

con los pies. Teo cayó, finalmente, <strong>de</strong> costado en el pequeño catre e<br />

inmediatamente se enzarzaron en una sorda pelea. <strong>El</strong>la enarbolaba<br />

la tijera, mientras Cipriano se limitaba a esquivar sus golpes ciegos<br />

y a sujetar sus manos sin lastimarla.<br />

Escucha, <strong>de</strong>cía, escúchame Teo, por favor, pero ella se enar<strong>de</strong>cía por<br />

momentos, le acorralaba. Cipriano notó un <strong>de</strong>sgarrón en el brazo<br />

<strong>de</strong>recho con el que intentaba contenerla, al tiempo que escuchaba<br />

las concretas amenazas <strong>de</strong> su mujer:<br />

voy a caparte como a un gocho, <strong>de</strong>cía, voy a cortarte esa “cosita”<br />

que ya no nos sirve para nada. Hubo un momento en que, a pesar <strong>de</strong><br />

la herida, o acaso estimulado por el dolor, Cipriano tuvo sujeta a<br />

Teo por ambos brazos pero, en un movimiento arisco, se <strong>de</strong>sasió y su<br />

mano armada se escondió bajo la ropa y lanzó un viaje a ciegas.<br />

Cipriano gritó al sentir herido su muslo <strong>de</strong>recho pero en ese<br />

momento consiguió agarrar a Teo por el cuello y darse la vuelta. Su<br />

posición era como en las noches <strong>de</strong> amor, cabalgando sobre las<br />

protuberancias <strong>de</strong> la mujer, pero compitiendo ahora por la posesión<br />

<strong>de</strong> la tijera. Teo se revolvía, tornaba a insultarle, voy a esquilar tu<br />

maldito cuerpo <strong>de</strong> mono, repetía, pero Salcedo la tenía ya a su<br />

merced. La <strong>de</strong>jó <strong>de</strong>sfogarse en su empeño inútil, en sus vanos<br />

intentos, en sus sórdidas amenazas. Veía el vacío en sus ojos, sus<br />

pupilas hundidas y <strong>de</strong>salmadas y, en ese instante, comprendió que

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