El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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palabras fuertes, ni siquiera actitu<strong>de</strong>s ridículas, lo que no impidió<br />
que se sintiera adolescente y vacuo. No era aquélla una situación<br />
propia <strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong> su edad y condición. Se metió en cama<br />
<strong>de</strong>spreciándose a sí mismo, un <strong>de</strong>sprecio que no respondía a razones<br />
aparatosas pero que aumentaba si pensaba en su hermano Ignacio y<br />
en don Néstor Maluenda. ¿Qué hubieran pensado ellos si le hubieran<br />
visto humillándose <strong>de</strong> aquel modo ante una criada <strong>de</strong> quince años?<br />
<strong>El</strong> apremio lúbrico seguía persiguiéndole sin embargo al salir a la<br />
calle al día siguiente, camino <strong>de</strong> la Ju<strong>de</strong>ría. Había <strong>de</strong>cidido visitar<br />
la Mancebía <strong>de</strong> la Villa, junto a la Puerta <strong>de</strong>l Campo, don<strong>de</strong> no<br />
acudía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía casi veinte años. Es una buena acción, se dijo<br />
para justificarse. La Mancebía <strong>de</strong> la Villa <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> la Cofradía <strong>de</strong><br />
la Concepción y la Consolación y, con sus beneficios, se mantenían<br />
pequeños hospitales y se socorría a los pobres y enfermos <strong>de</strong> la villa.<br />
Si una mancebía sirve para esos fines lo que se haga <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ella<br />
tiene que ser santo, se dijo.<br />
A los lados <strong>de</strong> la calle, como cada día, pobres niñas <strong>de</strong> cuatro y<br />
cinco años, con los rostros cubiertos <strong>de</strong> bubas, pedían limosna.<br />
Repartió entre ellas un puñado <strong>de</strong> maravedíes pero cuando, horas<br />
<strong>de</strong>spués, charlaba con la Can<strong>de</strong>las en la mancebía, en su pequeña y<br />
coqueta habitación, los tristes ojos <strong>de</strong> las niñas pedigüeñas, las<br />
bubas purulentas en sus rostros, volvieron a representársele. Al<br />
verse entre aquellas cuatro pare<strong>de</strong>s, su rijosidad, tan sensible, se<br />
había aplacado. Vio a la muchacha presta a <strong>de</strong>sarrollar sus dotes <strong>de</strong><br />
seducción: no se moleste, Can<strong>de</strong>las —le dijo—, no vamos a hacer<br />
nada. He venido simplemente a charlar un ratito. Se sentó<br />
anhelosamente en un confi<strong>de</strong>nte, ella a los pies <strong>de</strong> la cama,<br />
sorprendida. Don Bernardo se consi<strong>de</strong>ró en el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> aclarar: es la<br />
sífilis, ¿no se ha fijado?, la villa está podrida por la sífilis, se muere<br />
<strong>de</strong> sífilis.<br />
Más <strong>de</strong> la mitad <strong>de</strong> la ciudad la pa<strong>de</strong>ce. ¿No ha visto a los niños por<br />
la calle <strong>de</strong> Santiago? Todos están llenos <strong>de</strong> incordios y bubas.<br />
Valladolid se lleva la palma en enfermeda<strong>de</strong>s asquerosas. Se acodó<br />
en los muslos <strong>de</strong>salentado. Can<strong>de</strong>las continuaba sorprendida. ¿Qué<br />
había ido a buscar a la Mancebía <strong>de</strong> la Villa aquel caballero? Se<br />
sintió <strong>de</strong>safiante: ¿por qué Valladolid? —preguntó—. <strong>El</strong> mundo<br />
entero está lleno <strong>de</strong> enfermeda<strong>de</strong>s asquerosas. Y ¿qué po<strong>de</strong>mos<br />
hacer? Él se estiró y cruzó las piernas. La miró fijamente: y ¿no<br />
tiene miedo?<br />
Uste<strong>de</strong>s se exponen diariamente, no tienen ninguna protección... De<br />
alguna manera tengo que vivir y dar <strong>de</strong> comer a los pobres, se